Imagina que estás caminando por el Viejo San Juan, y de pronto te encuentras de frente con ese compañero de clase de escuela superior que no ves desde hace muchos años y que, en realidad, nunca has echado mucho de menos. Puede que ocurra un intercambio parecido a este:

- ¡Rebeca! ¡Qué bueno verte!

- ¡Juancho! ¡Tanto tiempo! ¡Qué bien te ves!

- ¡Y tú también! ¡Te ves igualita!

- ¿Cómo has estado?

- Muy bien, ¿y tú?

- Muy bien, también. ¡Tenemos que hacer algo!

- ¡Sí, anota mi teléfono, y me llamas para tomarnos un café!

- Claro, así será.

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- ¡Qué bueno! ¡Me encantó saludarte!

- ¡A mí también! ¡Saludos a la familia!

- ¡Cuenta con eso!

Reconoces este tipo de intercambio, ¿verdad? Lo has vivido. ¿Cuántas mentiritas blancas contiene? Más de una, sin duda.

En nuestra vida cotidiana, nos encontramos con innumerables situaciones en las que interactuamos brevemente con conocidos. En muchos de estos encuentros, solemos utilizar ciertas expresiones que, si bien no son completamente falsas, tampoco son completamente sinceras. Usamos frases que forman parte de lo que podría llamarse un “código no escrito de cortesía social”. ¿Será una forma de hipocresía?

Me pregunto cómo sería ese mismo encuentro si dijéramos lo que realmente pensamos, sin el filtro social:

- Rebeca… ¿qué haces por aquí?

- Juancho, ¡qué desmejorado te ves! ¡Los años te han caído encima!

- ¡Y a ti también! ¡Estás llena de arrugas, canas y verrugas!

- No es que me importe, pero… ¿cómo has estado?

- Muy mal. Tengo un problema de pie de atleta que no me deja vivir, ¿y tú?

- Mal, también. Y ahora que te veo, peor.

- ¿Será una buena idea tomar un café algún día?

- No creo.

- Pienso igual. ¡Fue una verdadera pérdida de tiempo saludarte!

- Comparto tu opinión.

- No quiero hablar más contigo, adiós.

¿Te imaginas?

Desde pequeños nos han enseñado a mantener la armonía en nuestras relaciones y evitar conflictos. Es lo que se denomina como “cortesía positiva”.

En muchos casos, estas expresiones son casi automáticas. Cuando nos encontramos con alguien, hay una expectativa de que actuemos de manera amigable y educada. Aquí es cuando entran las frases como “¡Qué bien te ves!” o “¡Tenemos que tomarnos un café!”. Aunque puede que no siempre estemos interesados en seguir adelante con ese café, la frase ayuda a suavizar la interacción y deja una puerta abierta para una posible reconexión en el futuro, aunque ambas partes sepan que lo más probable es que nunca suceda.

A primera vista, podría parecer que estamos siendo hipócritas. Sin embargo, es importante considerar el contexto. La mayoría de las veces, no estamos buscando engañar o manipular, sino mantener una cierta cordialidad. Al fin y al cabo, la convivencia social requiere de ciertos “lubricantes” para que las interacciones no sean tensas ni incómodas. Estas pequeñas “mentiras blancas” facilitan el encuentro, evitando que situaciones potencialmente embarazosas se vuelvan incómodas o agresivas.

Por supuesto, esto no significa que estas interacciones siempre estén vacías de significado. A veces, realmente nos alegra ver a una persona o de verdad queremos tomarnos ese café, pero el uso de estas frases ha trascendido su significado literal. Se han convertido en fórmulas que nos permiten cumplir con las expectativas sociales sin profundizar demasiado.

La clave está en encontrar el equilibrio entre la cortesía y la autenticidad. Al hacerlo, podemos mantener nuestras relaciones sociales fluidas y amables sin sacrificar la honestidad y la profundidad.

Y tal vez, de vez en cuando, realmente deberíamos coordinar ese café…