El arte de no hacer nada
Me he dado cuenta de que he estado totalmente equivocado...
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Acabo de regresar de un maravilloso viaje con mi esposa por Costa Rica. Allí disfruté de la naturaleza y de la gente buena de ese país. Pero más que todo, aprendí sobre la importancia de no hacer absolutamente nada, un arte que parece olvidado en nuestra era de la productividad.
Confieso que, al principio, se me hizo muy difícil. Mi mente está acostumbrada a estar en constante estado de atención, pensando en lo que tengo que hacer, programando mi semana, adelantándose a los acontecimientos, ejecutando. Desde el momento en que me levanto, no puedo parar de hacer ‘algo’. La simple idea de no hacer ‘nada’ me produce una sensación de que estoy perdiendo el tiempo, de que no estoy aprovechando el día.
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Es cierto que vivimos en una era en la que la productividad se ha convertido en la vara con la que se mide nuestro éxito y valor personal. La sociedad nos impulsa a hacer más, a producir constantemente. Pero, ¿qué pasa cuando nos detenemos? Aunque pueda sonar contradictorio, la ‘nada’ tiene un valor inigualable en nuestras vidas, un espacio que nos permite reconectar con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.
La idea de no hacer nada se remonta a siglos atrás. Filósofos como los estoicos en la antigua Grecia y los maestros Zen en Oriente entendieron que detenerse era necesario para alcanzar claridad y equilibrio. Hoy, en nuestra cultura hiperconectada y saturada de información, hemos olvidado ese arte.
Cuando hablo de “no hacer nada”, no me refiero a procrastinar o simplemente perder el tiempo, sino a permitirnos un espacio para conectarnos con nosotros mismos. Es sentarnos en silencio, observar el entorno, dejar que la mente divague sin rumbo y, sobre todo, estar ‘presentes’ en el momento.
No hacer nada nos permite escapar de la interminable rutina de responsabilidades y preocupaciones que agotan nuestra mente y nuestro cuerpo. No hay razón para pensar que hay que sentirse agotado para alcanzar el éxito. Las pausas, en la carrera de nuestras vidas, nos brindan claridad mental, nos reducen el estrés, nos permiten reconectarnos con nuestro entorno y promueven nuestra creatividad.
En mi viaje descubrí que en la paz y el silencio encuentro respuestas. El psicólogo Carl Jung decía que “quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta”. No hacer nada nos permite mirar hacia adentro y descubrir lo que realmente somos, más allá de nuestras ocupaciones.
No pienses que te estoy aconsejando que renuncies a tus responsabilidades. Solo te invito a que busques pequeños espacios de pausa en tu día. Por ejemplo, puedes dedicarle 10 minutos a sentarte sin distracciones, sin mirar el celular ni pensar en tu lista de tareas. Solo respira y observa.
En mi viaje, aprendí a disfrutar de actividades sin un propósito concreto: mirar el atardecer, caminar sin un destino, escuchar música sin hacer nada más. Como estaba en lugares selváticos y remotos, me desconecté de las redes sociales y permití que mi mente respirara. Disfruté del placer de estar desconectado y no hacer, literalmente, nada. ¡Qué bien se sintió!
Repito: no hacer nada no es perder el tiempo; es ganarlo. Es brindarle a tu mente y a tu espíritu el descanso que necesita para continuar. Es en la pausa de la nada donde encontramos nuevas fuerzas, donde nacen las ideas más brillantes, donde descubrimos la belleza de simplemente ser.
Te invito a que practiques, a diario, la experiencia vigorosa de no hacer nada. Pudiera ser, sin duda, el momento más productivo de tu día…
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Exdecano y profesor de la Escuela de Comunicación Ferré Rangel de la Universidad del Sagrado Corazón y fundador del movimiento En Buen Español. Experto en comunicación y amante del lenguaje. Conferenciante internacional sobre temas relacionados con el poder de la palabra. Autor del libro 'Habla y redacta en buen español' (2011) y 'En buen español: El libro de las curiosidades de nuestro idioma" (2020). Apasionado de la historia, la educación, la fotografía y el mar. Esposo de Mirté y padre de Sebastián, Alejandro, Mauricio y Mariana (y del perrito Muni Cipio).
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