¡Buen provecho!
Puedo afirmar que no existe otro lugar en el que ocurra este gesto de cortesía.
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En estos días almorcé en un restaurante del centro de la isla. Me sirvieron un exquisito plato de bistec encebollado con arroz y habichuelas, con una orden de tostones de pana y una buena raja de aguacate por el lado. No tengo palabras para describir lo mucho que disfruté ese manjar criollo.
Sin embargo, hubo algo más que me causó igual placer: cada vez que pasaba una persona desconocida frente a mí, me miraba a los ojos y con una sonrisa me decía… “Buen provecho”.
No fueron dos o tres; calculo que fueron más de media docena de personas que me repetían esta gentileza. Aunque esto es algo común y cotidiano para nosotros, nunca me había puesto a reflexionar sobre lo que esta expresión implica.
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En mi vida he tenido el privilegio de viajar a diferentes países y apreciar otras culturas alrededor del mundo. Puedo afirmar que no existe otro lugar en el que ocurra este gesto de cortesía. De hecho, voy más allá: yo he dicho “Buen provecho” en restaurantes de otros países y la gente me mira como si yo fuera un insecto raro.
Es importante que reconozcamos que somos una sociedad con unas costumbres y tradiciones que demuestran un nivel de cortesía, amabilidad y sensibilidad únicos. Nuestra esencia humana es gentil, empática, cariñosa.
Es cierto que no siempre somos tan amables, sobre todo en medio de los detestables tapones de las 5:00 de la tarde cuando se hace evidente el lado oscuro de nuestro temperamento ante un atrevido corte de pastelillo; pero estas son las excepciones, no la norma.
El “buen provecho” no es la única expresión de cortesía que caracteriza al puertorriqueño. Otro ejemplo notable es la forma en que saludamos al llegar a un lugar. Es común que, al entrar a una sala de espera, un ascensor o cualquier espacio compartido, los puertorriqueños saludemos a todos los presentes con unos “Buenos días”, “Buenas tardes” o “Buenas noches”.
Si has caminado por las calles de Nueva York, sabrás que nadie te pasará por el lado y te regalará una sonrisa y, mucho menos, unos “Buenos días”. Si entras a un elevador, todos miran para arriba, para abajo, para los lados, pero nadie se digna, tan siquiera, a reconocer tu presencia con su mirada.
En Puerto Rico es común escuchar un “permiso” al pasar frente a alguien en un lugar estrecho o concurrido, incluso cuando no es estrictamente necesario. Este tipo de cortesías demuestra una sensibilidad hacia el espacio personal y el bienestar de los demás, algo que está profundamente arraigado en la cultura puertorriqueña. Que no me digan que el puertorriqueño no es educado, porque sí lo es. Tenemos unos valores que se dejan sentir.
En situaciones cotidianas, como cuando un vecino necesita ayuda o cuando alguien se encuentra en apuros, es común que ofrezcamos nuestra asistencia, aunque no nos la pidan. Frases como “¿Te puedo ayudar?” o “¿Necesitas algo?” son frecuentes en nuestro vocabulario cotidiano, mostrando una disposición genuina a apoyar a los demás.
La cortesía en Puerto Rico es el reflejo de una educación basada en valores como el respeto, la solidaridad y la empatía. Desde una edad temprana, los niños puertorriqueños son enseñados a saludar, dar las gracias, pedir las cosas “por favor” y mostrar consideración por los demás. Estos valores se transmiten de generación en generación, creando un sentido de comunidad y pertenencia que se refleja en nuestra interacción diaria.
Reconozcamos y apreciemos nuestra calidad humana. Es parte de nuestro ADN. Valoremos nuestra cultura puertorriqueña.
Por eso, ante la decencia del boricua, digámosle al mundo… ¡buen provecho!
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Exdecano y profesor de la Escuela de Comunicación Ferré Rangel de la Universidad del Sagrado Corazón y fundador del movimiento En Buen Español. Experto en comunicación y amante del lenguaje. Conferenciante internacional sobre temas relacionados con el poder de la palabra. Autor del libro 'Habla y redacta en buen español' (2011) y 'En buen español: El libro de las curiosidades de nuestro idioma" (2020). Apasionado de la historia, la educación, la fotografía y el mar. Esposo de Mirté y padre de Sebastián, Alejandro, Mauricio y Mariana (y del perrito Muni Cipio).
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