El silencio de la noche, perfecto para acomodarse en el sofá y perderse en el mundo de Youtube, fue interrumpido por un sonido espantoso que nos puso los nervios de punta.

Parecía que un monstruo había viajado desde el espacio sideral para comernos, o como si uno de los dinosaurios de “Jurassic Park” se hubiera trasladado de la pantalla grande a la realidad.

“Cuaaaa cuaaaa cuaaaaa”, así sonaba, a máximo volumen y en un tono ronco bastante desagradable.

Marido entró en estado de alerta y yo en ese pánico que te trinca el cuerpo y te seca la garganta al punto de que no puedes hablar. Él, que no es miedoso, se puso en pie y comenzó a buscar a través de la ventana aquello que emitía tal horripilante sonido. Yo, cobardísima, pensé que el ruido era un aviso apocalíptico que anunciaba el fin del mundo. Es que era horrendo, se los juro.

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Nos preguntamos si sería una iguana, una cacatúa, un animal herido y a grito limpio. Silencio otra vez y a pocos minutos nuevamente el “cuaaaa, cuaaaa, cuaaaaa”.

Y no, no era una iguana, ni una cacatúa, ni un animal herido, era una rana cubana. Lo supimos porque Marido inició una búsqueda agresiva por la web y se topó con el “cuaaaa cuaaaa cuaaaa” en una plataforma que trata el tema de la biodiversidad.

Mis hijos han alumbrado el patio, especialmente el arbusto en el que creemos que se ha ubicado la rana para fastidiarnos y Marido ha revisado al dedillo el patio. Yo ni me acerco, no sea que el engendro me brinque encima, me dispare algún chorro mortífero y me trague.

Osteopilus septentrionalis es el nombre científico de esa bestia que pulula por ahí y que, según me han contado, se come a nuestro coquí.

Ah no, hasta ahí llegamos, que el coquí es intocable porque distingue nuestra patria. Me he enterado, además, que la rana se come cualquier cosa, lo que encuentre. Vaya, lo que nos faltaba. Y me atrevo a decir que nos ha invadido porque un comentario que coloqué en mi blog feisbukero fue contestado por cientos de seguidoras/es que viven la misma pesadilla con la rana esta.

No pueden dormir, temen soltar sus mascotas en el patio por temor de que las mate, extrañan el cantar del coquí, y se la pasan revisando charcos de agua. O sea, que a la llegada de las iguanas de palo, que parecen dinosaurios, se reproducen a tutiplén y se arrastran por doquier como les venga en gana, se suma la invasión de la rana cubana.

He buscado información sobre cómo exterminarlas, pero entonces me entra el cargo de conciencia porque eso de darles picota no me gusta nada. De repente es un anfibio en peligro de extinción y necesario para el planeta. A fin de cuentas, no quiero que se muera, quiero que se vaya a otros mundos de Dios, que deje vivir al coquí, que ya no nos asuste y que nos deje dormir.

Dicen que hay que echarle cloro, sal, vinagre y hasta una mescolanza de las tres, pero a mí no me apetece perseguirlas, mirarlas de frente y rociarlas porque pienso que al sentirse atacada pueden responder brincándome encima y hacerme correr calle abajo y calle arriba gritando como desquiciada.

Ojalá que algún científico, ambientalista o estudioso de estos temas lea estas líneas - escritas con un toque de humor - y pueda decirnos qué hacer.