Se acerca el Día de los Padres, y para quienes los hemos perdido no importa el tiempo que haya pasado, siempre es fuerte la fecha. A pesar de uno aprender a vivir con ese dolor a diario, la ausencia física propia de la muerte en estos días duele más. Por eso, en esta columna me gustaría reflexionar sobre el rol de los padres en la vida de los hijos.

En estos pasados días una noticia nos desgarró el corazón a todos los puertorriqueños y fue la muerte de una niña de dos años, la cual fue abusada por su padre.

Con el corazón en la mano, a mi mente viene la pregunta, ¿qué pasa por la cabeza de un individuo que hace una atrocidad como esta? He visto múltiples comentarios en donde culpan a la madre de la muerte de la niña, pero ciertamente tanta culpa tiene ella como el padre, hay corresponsabilidad. Ambos fueron cómplices de esta desgracia.

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El padre se escuda en que la salud mental de este país está mal, y miente, pero eso no justifica de ninguna manera la desgracia que ocasionó. La pregunta obligatoria es si él era paciente de salud mental, ¿qué hizo para trabajar en ello? ¿Buscó ayuda? ¿Le dejó saber a alguien cómo se sentía? Aparentemente, no.

Así que, es momento de comenzar a normalizar que la gente asista a terapia. Que aquellos que sientan que su salud emocional está quebrantada, busquen la ayuda necesaria para salir de ese laberinto el cual muchas veces se siente que no tiene salida.

Los puertorriqueños hemos vivido momentos traumáticos, por lo que tiene sentido que exista una fatiga emocional, pero se debe reconocer que cuando uno está sumergido en un dolor profundo, necesitas ayuda.

Si esta familia, o quienes estuvieran cerca de ellos, hubiesen identificado que algo andaba mal, esta tragedia se pudo haber evitado. Es por esto que urge crear más programas que fortalezcan la salud mental de nuestra gente y que sean accesible a ellos. Con mucho respeto, creo que en eso como país estamos fallando.

Pienso en cómo debe estar siendo el proceso de duelo de los familiares de la bebé y la tragedia que deben estar viviendo. También pienso en la hermanita de tres años que fue removida y tengo la esperanza que sea acogida por un hogar en donde le amen, valoren y respeten. Entonces, inevitablemente, por acercarse el Día de los Padres pienso en el mío que ya no está. Y estoy segura que aquellos que hayan perdido a su padre o madre comprenderán lo que digo.

A pesar de que mi corazón siente paz, hay toda una preparación cuando se acerca el momento de visitar el campo santo. El humor cambia, me siento más sensible y vulnerable e inevitablemente lágrimas se me escapan solas. No importa toda la preparación de los días anteriores, mi cuerpo reacciona naturalmente. Por suerte no estoy sola. A mi lado caminan personas que me acompañan en este proceso y lo hacen más llevadero. Y digo proceso, porque el duelo es precisamente eso, un proceso. Un proceso que no acaba nunca.

Claro que lloro, le pienso y me hace falta. Pero, doy gracias a Dios por permitirme compartir con él el tiempo que pude.

Tú que me lees, si tienes la dicha de tener vivo a tu padre, a tu madre, a tus seres amados, no olvides decirles todos los días cuánto les amas y cuánto les agradeces.

La vida corre de prisa y es tan efímera como un suspiro.