De seguro usted habrá escuchado en algún momento de su vida la oración o frase que titula este artículo y que forma parte de nuestra tradición cultural. Forma parte de una estrofa de un conocido poema de Fortunato Vizcarrondo y que Juan Boria lo hiciera famoso en sus declamaciones de poesía negroide. El poema recoge una realidad: el pasado de todos los habitantes de esta isla, donde el que más y el que menos, tiene su raja africana.

Ello lo hablé en otra columna, en la que compartí los resultados de unas pruebas de ADN que me realicé en el programa “Ahí Está la Verdad” y cuyo resultado arrojó casi un 9% de ADN de raza negra.

O sea, que científicamente se puede corroborar la hermosa mezcla de razas que se fundieron para conformar el noble pueblo mulato y mestizo que habita el Boriquén del siglo 21.

Irónicamente, el racismo ha sido parte de nuestro quehacer diario. Ahora que miramos al norte, donde Troya arde, tenemos que observar con detenimiento esta triste realidad cual todavía no dejamos atrás. Nuestros prejuicios nos continúan contaminando como sociedad. Se asoma, incluso, en estos momentos a la hora de llenar el censo. Ustedes saben que ya ha surgido un debate sobre cómo nos identificamos. Una inmensa mayoría se identifica como blancos, cuando realmente no lo somos.

Lo demostramos cuando, por años, hemos mirado por encima del hombro al emigrante dominicano, quien llegaba aquí buscando un mejor bienestar económico. El mismo que no encontraba en la República Dominicana de los años 80 o 90.

Igual es el prejuicio que sufrieron compatriotas en nuestras emigraciones a los Estados Unidos. Igualmente se salía de la isla para buscar ese mismo bienestar que alimentó los sueños de nuestros hermanos dominicanos. En las frías ciudades de Nueva York o Chicago nos endilgaron, el mote de “speaks” o “brown people”. Aun hoy nuestros medios noticiosos reportan casos de abuso, prejuicio o agresión a boricuas.

Es un germen generalizado.

En Estados Unidos dormita de vez en cuando y sale a la luz con bastante frecuencia. A todos se nos olvida que tan cerca como en los años 60, marchaban para reclamar igualdad y dejar atrás su política de segregación. La misma no culminó oficialmente hasta el 1964 con la adopción de un acta de Derechos Civiles. Pero el papel aguanta todo lo que le escriban y no quiere decir que funciona de manera automática.

Las protestas por los derechos continuaron después de ese año 64.

En el 1965 asesinaron a Malcom X, uno de los defensores de los ciudadanos negros y tres años más tarde un racista asesinó al reverendo Martin Luther King. Ese crimen realizado en 1968 provocó disturbios en 125 ciudades. O sea, estamos hablando de incidentes relativamente cercanos que aun golpean el recuerdo de seres vivos que pululan entre nosotros.

La política de Donald Trump ha reabierto estás heridas, pues ha empoderado a una derecha extrema que teme perder terreno. Y es que al mirar a su alrededor, observa conciudadanos negros, judíos, musulmanes y latinos creciendo aceleradamente y con mayor protagonismo.

Ven también cómo cada día llegan más emigrantes de distintas partes del globo terráqueo. Por ello, el “Make America Great Again” encerró un estribillo repetido por esos racistas que buscan volcar todo su coraje contra estos seres humanos. Desconocen que su nación fue levantada por emigrantes. Blancos en un principio, que luego se fue tornando de distintos colores. Pero como dije, el germen del racismo siempre ha estado. En un principio, lo vivieron los aborígenes. Los autóctonos americanos. Luego en 1619 los negros se llevaron la furia del desprecio al llegar a la naciente nación como meros “animales de trabajo”. Una triste historia.

De regreso a Puerto Rico, lo invito a mirar la papeleta que usted recibirá en agosto y luego en noviembre. ¿Cuántos negros figuran en ella? ¿Cuántos negros tienen su espacio en nuestra cultura política? ¿Cuántos participan en la toma de decisiones de importancia? Les puedo decir que muy pocos. Aun buscamos, elegimos e impulsamos a candidatos de ojos claros, coloraos o rubias “Clairol”. En nuestra legislatura y alcaldías, pasa lo mismo.

Ciertamente, la muerte de George Floyd es un campanazo para un despertar. Nos pone a pensar a los de aquí y a los de allá. Así que usted nunca olvide la pregunta. Y tu agüela, ¿a’onde está ?