El pasado lunes, el juez superior Rafael Taboas Dávila se creció. Sin duda, honró la toga y se puso los pantalones largos.

Desde hace un tiempo, sobre todo desde que el Tribunal Supremo permitió la transmisión de audiencias judiciales, se ha visto un incremento de actuación hollywoodense en los tribunales. El histrionismo de algunos abogados, sobre todo de la defensa, parecen sacados de series televisivas en lugar de escuelas de Derecho.

Hablar alto, moverse de lado a lado o gestos hiperbólicos son utilizados para amedrentar y desarmar testigos, así como impresionar al que pudiera estar conectado. Incluso, en vistas que simplemente no tienen jurados, pues le toca al juez decidir.

Relacionadas

Abogados de alto perfil hacen uso de estas herramientas para incluso arropar a los fiscales, muchos de los cuales no cuentan con el mismo talento. Sin embargo, un viejo líder político acuñó una frase que es válida en esta situación: “¡La razón no grita; la razón convence!”

Así que fue refrescante ver un juez en control de su sala. Esto ocurrió en una vista que se llevó en alzada contra la representante Mariana Nogales y su señora madre.

En un momento dado, el fiscal especial independiente, Ramón Mendoza Rosario, se enfrascó en una discusión con el abogado de defensa, Ricardo Prieto, lo que provocó el sonoro disparo del mallete del juez Taboas Dávila.

A continuación, les cito lo que dijo el juez en sala y que quedó registrado en un reportaje de Julio Rivera Saniel, de Noticentro. “Vamos a calmarnos. Yo le doy (espacio) aquí a todo el mundo, que haga su show, pero no me griten a mí. Ustedes me ven suave. Yo soy suave. Pero si me provocan yo también sé y controlo mi sala. Déjenme la gritería”.

Esa estámina es la que se debe presentar siempre. Aquí se suspenden con demasiada facilidad vistas, casos y audiencias, lo que permite dar la impresión que se juega con el sistema, mientras los jueces se muestran demasiado condescendientes.

El chicle se alarga y se alarga de manera exagerada. Vistas preliminares que debieran ser más cortas se convierten en largos litigios que deberían guardarse para los juicios. Peor aún, los juicios en su fondo se hacen eternos.

Luego, el viacrucis se alarga aún más cuando comienzan los trámites apelativos de foro en foro, teniendo situaciones particulares que suman años.

En fin, un tremendo caldo de cultivo para la decepción ciudadana. Si hoy en día Juan del Pueblo tiene un pobre concepto de cómo se administra la justicia en este país, es por circunstancias como las que acabo de describir.

Valdría la pena que la Administración de Tribunales comenzara un proceso de introspección. Tomen por buena esta recomendación. Sé que dirán que soy “lego” en derecho, pero se trata más que eso. Les hablo desde el sentido común.