Nada me resulta más confortable que poder salir de Puerto Rico y conectar con nuestros hermanos boricuas en los Estados Unidos. No importa cuánto tiempo ha pasado desde su partida, sienten la misma pasión por el terruño. Albergando, a su vez, la esperanza de volver.

El pasado fin de semana fue un momento para reconfirmar esta realidad. La compañera Luz Nereida Vélez y este servidor fuimos invitados al Festival Puertorriqueño de la Ciudad de Boston, siendo testigos de primera mano de cómo se mantienen al tanto de todo lo que ocurre en la isla.

No importa si llevan 50, 40 o 30 años residiendo en esa ciudad, sienten la necesidad de estar conectados. Lo hacen. Vehículos como Wapa América, diarios como El Nuevo Día y Primera Hora, así como la radio local difundida por internet, son los mensajeros.

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Literalmente, saben vida y obra de políticos, personalidades de la televisión y hasta de los “influencers” más pegados. Recorrer la ruta de la parada, viendo cómo lanzaban besos y ver sus expresiones de cariño en su rostro, erizaba la piel. Ver cómo nos recibían en la tarima del Franklyn Park, con vítores, gritos y aplausos, nos anunciaba que algo se estaba haciendo bien.

Más que sus informadores, Luz y este servidor, fuimos los rostros de personas a quienes consideran familia. En momentos sentí que era parte de una conversación terapéutica, en la cual la persona que estaba parada delante de mí, revelaba las causas que propiciaron su emigración.

El tema económico era el principal motivo. La necesidad de tener buenos servicios de educación y salud se convirtieron en las causas primordiales para retenerlos en el extranjero, al considerar que en la isla no existen avances en ambos temas.

Reconocen que los costos de salud son altos, pero a su vez destacan la accesibilidad de servicios, abundancia de médicos de todos los niveles y buen trato a la hora de acudir a distintas instituciones como los incentivos para estar satisfechos.

En el campo educativo pasa igual. Hablan de las excelentes facilidades unidas a una calidad educativa, que va desde la variedad de cursos hasta educadores de primer nivel.

Otro tema inevitable fue el energético. Allá disfrutan de un sistema estable y, desde su punto de vista, barato. Todos aluden que mantienen los aires y la calefacción prendida en todo momento, dependiendo de la estación del año, sin que se vean facturas que metan miedo.

Sin embargo, extrañan las relaciones interfamiliares, los jolgorios de todo el año, el calor, así como las playas de Borinquen.

Ciertamente, el ritmo de estas ciudades estadounidenses son diferentes. Acá cada cual anda por su lado, sin conectar mucho con su entorno vecinal. Ese apego emocional puede ser la explicación de porqué se ve una apatía a participar en todo lo relacionado a la política de los Estados Unidos. En sus adentros no sienten la necesidad, pues su lealtad sigue con la isla. Así que no participan, pues en “cualquier” momento me regreso.

Claro, en ocasiones, el tren tarda en partir. Así se acumulan años llegando -en algunos casos- al medio siglo. Pero, a pesar del tiempo, los años y las arrugas, todos quieren regresar.

De acuerdo a los datos del Censo, Massachusetts alberga a sobre 327 mil puertorriqueños. La mayoría de ellos en Boston. Ahí están manteniendo su cultura, tradición y lenguaje hasta en boricuas de tercera generación. A todos ellos, nuestro abrazo y gracias por el cariño.