Agradecido siempre, cierro hoy un capítulo significativo de mi vida. Después de 13 años compartiendo con ustedes, ha llegado el momento de despedirme de esta columna, que semana tras semana, nos permitió dialogar, reflexionar y hasta disentir con respeto.

Me cuesta más de lo que pensé escribir estas líneas finales, porque, aunque el papel es frío y la tinta implacable, detrás de cada palabra siempre hubo un calor humano: el de ustedes.

Cuando comencé a escribir aquí, me impulsaba la convicción de un periódico es, ante todo, una casa abierta al pensamiento y a la discusión seria.

Durante estos años, me enorgullece saber que construimos juntos un espacio en el que las ideas fluyeron sin imposiciones y cuyos temas, complejos o sencillos, encontraron voz y eco.

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Agradezco a quienes coincidieron conmigo, pero también a los que no lo hicieron, porque el respeto a la diferencia es lo que sostiene una sociedad madura. Reconozco que hubo ocasiones en que mis opiniones no fueron bien recibidas por algunos, pero siempre intenté ser honesto, fiel a mis principios y, sobre todo, fiel a ustedes.

A la gerencia de Primera Hora, simplemente, gracias. Jamás pensé que aquella llamada en medio de unas vacaciones en el 2011 me llevaría a esta aventura. A mis colegas, los que estuvieron y los que aún están, mi respeto y cariño.

A Mildred Tirado, Lester Jiménez y, sobre todo a Karol Joselyn Sepúlveda, mi admiración infinita por paciencia, dedicación y entrega.

Estos 13 años se convirtieron en un extenso diálogo que me ha enriquecido más de lo que puedo expresar. Me voy, pero no me aparto. Me llevo el aprendizaje y las lecciones que ustedes me dejaron.

A veces la vida nos llama a nuevos caminos y, aunque es difícil soltar la “pluma”, me voy con la esperanza de que nuestros caminos se crucen nuevamente en el papel o la pantalla de su móvil o tableta.

Como dijo el maestro de las mil voces en los dibujos animados de mi infancia, Mel Blanc: “¡esto es todo, amigos!”.