El pasado fin de semana, mi suegra se fracturó un tobillo.

Está jovencita de 86 años se niega a estar quieta y, además, tiene en su ADN el talento de mandar. Lo usa con frecuencia, acompañado de una de sus frases favoritas: “tienes que hacerlo ahora”. Si no ocurre de la manera sentenciada, ella asume el rol de hacerlo.

El escenario antes descrito es la antesala al lamentable suceso.

Mi cuñado no pudo hacer el pedido en el tiempo sugerido y ella se armó de una pequeña máquina de presión que propició el charco de agua, el cual actuó como detonante para el resbalón.

Relacionadas

Fue ahí cuando sus huesos hicieron “crack”.

Los gritos denunciaban la fractura múltiple en su pierna. Sin embargo, su cadera quedó intacta lo que representaba una buena noticia, ya que a esa edad ese tipo de fractura suele ser peligrosa.

Es así como terminamos en el Centro Médico y en su sala de emergencia; ese lugar frecuentado por las tragedias más notorias de la Isla.

El hombre ancla está de cumpleaños este 4 de diciembre.

Me persigné a todos los santos, pues al llegar a allí, me toparía con unas salas atestadas de público con toda suerte de condiciones.

La suerte me sonrió. Ese sábado del fin de semana largo de Acción de Gracias me dejó una sala de trauma bastante calmada. En su interior, no se veían muchos pacientes y los propios empleados me hablaban de que el ambiente estaba tranquilo.

Mientras atendían a mi suegra y su malogrado tobillo, pude conversar con los empleados. Hablé con todos. Con el médico que vive en Humacao y que lleva 25 años viajando desde la zona este, hasta con los que limpian.

En todos pude percibir vocación. No está fácil lo que viven allí. Se ven casos lamentables.

Un doctor me narró la noche que atendió a una joven que llegó acompañada de unos paramédicos, quienes traían en un bolso, el brazo que la propia paciente se había amputado con una sierra.

Otra enfermera me enseñó su brazo que aún tenía las marcas de una mordedura, de dos días, provocada por un airado hombre. Eso y más es Centro Médico.

El que atiende los casos complicados que otras instituciones no quieren. El lugar al que llegan los heridos de bala o los accidentados.

En mi espera, llegó uno caso de una persona que se cayó de su motora. Con el cuello inmovilizado presentaba una herida abierta en su cabeza. Yo miraba con asombro mientras uno de los trabajadores me tranquilizaba diciendo, “¡no has visto nada!, aquí se ven cosas peores”.

Mientras caminaba y acompañaba a mi suegra a los cuartos de radiografías y CT, me dedicaba a observar. Las instalaciones estaban limpias. Todo ordenado y pintado. Era una oportunidad dorada de estar infiltrado, gracias a una pequeña desgracia.

Centro Médico es un lugar donde se conjugan alegrías y desgracias. A lo lejos, escuché un grito desgarrador de una persona que acaba de perder a un ser querido. Al poco rato, una pareja que tramitaba un alta, caminaba con sonrisas en sus labios.

Son las historias cotidianas de gente común envueltas en esperanzas y desasosiegos. Una de ellas fue la de un padre que llevó a su hijo con mareos. Conversábamos mientras escapábamos del frío en las afueras de la institución. Al día siguiente, recibiría la noticia de que su hijo padecía de esclerosis.

Eso forma parte del catálogo que se maneja allí. Sin embargo, tengo que decir que, a pesar de las quejas, las críticas o denuncias realizadas a través de medios o de “Juan del Pueblo”, allí existe un personal que da la milla extra. Que se queda tiempo adicional aunque no se lo paguen. Que se preocupa por sus pacientes. Que se ocupan y conversan, buscando lo mejor. Nadie me lo contó. Mis ojos y mis orejas fueron testigos mientras atendían a mi suegra.

Ciertamente, se puede decir que existe espacio para mejorar, pero esa institución médica está llena de gente buena. Excelentes profesionales al servicio nuestro. Gracias a todos por lo que hacen.