Esta semana el mundo deportivo se estremeció con la noticia de que un jugador de béisbol, de nombre Juan Soto, aceptaba una oferta contractual de unos $765 millones.

¡Caramba! Fue mi primera expresión junto a otras palabras, que si las fuera a escribir tendrían que estar acompañadas de asteriscos.

Todos saben de mi pasión por este deporte, pero la espiral comercial y de lucro me desanima muchas veces. Creo que por el capricho de comprar un campeonato se han cruzado varios límites poco saludables.

Mientras recogía mi quijada que había alcanzado el piso, comencé a reflexionar sobre uno de los peloteros más completos: Roberto Clemente.

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Roberto es considerado uno de los mejores de todos los tiempos. Su combinación de habilidades ofensivas, defensivas y su carácter fuera del terreno harían que los equipos estuvieran dispuestos a pagarle cifras récord.

Como dice Jay Fonseca, “los datos son los datos”, y no un mero sentimiento nacionalista. Clemente fue un bateador consistente con un promedio de por vida de .317, incluyendo 3,000 hits y varias temporadas con más de 200 inatrapables.

En términos de defensa, ganó 12 guantes de oro como jardinero derecho, con un brazo legendario que cambiaba juegos.

Defensores élite como él -por ejemplo, Mookie Betts, o el joven venezolano Ronald Acuña- ven su valor incrementado debido al énfasis actual en la versatilidad y en métricas avanzadas.

Nuestro amigo Soto no cumple con esos parámetros. Nunca ha ganado un guante de oro y su defensa es poco decorosa. Sin embargo, su bate es su arma letal. Gracias al madero obtiene el exagerado contrato.

Pero regresemos a Clemente.

Otra virtud del llamado “Cometa de Carolina” era su impacto en el clubhouse. Roberto no solo era un jugador estelar, sino también un líder respetado y un ícono cultural. Su dedicación a la comunidad y su ética de trabajo atraerían aún más a equipos interesados en su imagen y liderazgo.

Con su impacto completo, Clemente podría entrar fácilmente en la categoría más alta. Lamentablemente, uno pertenece a su época y el salario más alto que logró este orgullo boricua fue de $150 mil en su última temporada de 1972.

Si fuera hoy en día, este caballero podría aspirar a un contrato de entre $350 y $500 millones por 10 a 12 años. Pero, lamentablemente, estamos en la época de Juan Soto, su contrato y la jauja de los millones en MLB.

¡A mí se me vuelve a caer la quijada!