Al igual que la novela del mismo nombre que se adentra en una intriga ficticia de la iglesia Católica, la política puertorriqueña presenta muchos elementos de ese juego peligroso que coquetea con lo bueno y lo malo. La historia que voy a contar, todos la conocemos. Nació en otro Puerto Rico. En el siglo 20. Ha sido tema de conversación en múltiples ocasiones con mi amigo Gustavo Vélez, que de manera disciplinada ha estado alertando del asunto, ganándose críticas inmerecidas. Lamentablemente, vivimos en una sociedad en la que las verdades duelen. Lo más triste es que no tan solo rechazan la crítica, sino que disparan para destruir una buena reputación.

De todos modos, Gustavo me recordaba cómo para 1951 se creaba en Puerto Rico un novedoso sistema de retiro que basado en toda la buena fe del mundo, buscaba garantizar una calidad de vida cuando más vulnerable estaba el puertorriqueño. Fue pionero en toda América Latina y garantizaba una pensión mínima de unos $400. Eran los tiempos de pujanza del Partido Popular con Muñoz como líder fuerte. El país estaba en pleno desarrollo económico, gracias a la transición y visión del último gobernador norteamericano, Tugwell, quien había sentado las bases de un plan bien estructurado que dejó en manos del PPD, su asamblea legislativa y el binomio de Piñero y Muñoz.

Sin embargo, entre sorbos de café, Gustavo reflexionaba sobre cómo se había subestimando muchas cosas. Entre ellas, la expectativa de vida del puertorriqueño a largo plazo. En esos años cincuenta, el tiempo de vida de nuestros compatriotas rondaba los 60 años. Pero, al mejorar la infraestructura y la economía, mejoraron también los servicios y cuidados de salud. De esa forma, el boricua comenzó a durar más y ya para la década del 70, la expectativa de vida había subido a un promedio de 72 años. Por ende, la obligación contraída por el gobierno al ofertar un sistema de pensiones vitalicias, comenzó ha enfrentar el reto de un jubilado que duraba más y por consecuencia, cobraría por más tiempo.

Tomado de la mano de esta realidad demográfica, el sistema pasó de un dominio político de partido único a un sistema bipartita con alternancia de poder. Es aquí donde “botamos la bola fuera del parque”. La creatividad política empezó a coquetear con medidas populistas y electoreras. Se aumentaron beneficios y se crearon bonos. Lo más triste de la ecuación es que según hacían lo primero, nunca hicieron un plan que aumentara las aportaciones al sistema para mantener la caja saludable. Se conformaron con engordar la nómina gubernamental. Claro, tenían más gente trabajando y aportando pero ello, no significaba que se tenía un plan actuarial que garantizara la salud de nuestro sistema pionero. Los descarados políticos crearon algo peor.

Dieron vida a las pensiones “Cadillac”, esa chulería, en la cual empleados de carrera tenían la oportunidad de un ascenso a un puesto de confianza bien remunerado. Gracias a sus confecciones políticas y el servilismo, tuvieron un salario mayor, cotizando así una pensión jugosa. Ese es el caso tan conocido del profesor Víctor Fajardo, que al terminar sus años de servicio como Secretario culminó con una pensión que hería la retina. Derecho que mantiene, pues sus líos judiciales fueron luego de que comenzó a disfrutar de su retiro. Claro Fajardo, es meramente un niño símbolo. Debajo de él, encontramos cientos de casos similares que disfrutan de una pensión jugosa a pesar de que cotizaron sueldos inferiores en gran parte de su carrera. Pero no los juzguemos. Ellos apostaron a un sistema electorero, que los sedujo y ganaron. Además, esos pocos no son la cara real de los miles de buenos servidores que honradamente dieron sus mejores días al servicio público, para que ahora les paguen así.

Otra mala mañana de nuestros administradores de Santa Catalina fue que en varias ocasiones metieron la mano en retiro para subsidiar otras cosas y no devolvieron el dinero. De esa forma, se sacó más agua de la que entró al pozo. Hasta que se secó. De nada valieron los intentos de 1999 y de 2013 de reformar el sistema. En el 2017 la isla se fue a la quiebra. En ese momento, me cuenta Gustavo que, por cada dólar de obligación, el sistema solo tenía 6 centavos en activos. Un desastre total. Hoy en día las pensiones se pagan del fondo general. Ronda los $2,200 millones. Las podemos pagar porque actualmente no pagamos la deuda de los bonistas que sumaría uno $4,200 millones anuales. Si usted hace la suma se da cuenta que en esas dos obligaciones no queda casi nada para correr el resto del gobierno.

Ahora que la Gobernadora Wanda Vázquez Garced oferta elevar a rango constitucional el pago de esas pensiones, es un buen momento para reflexionar sobre la manera tan irresponsable que nos han gobernado el PNP y el PPD. Por sus ansias de poder, no tan solo se llevaron al demonio el sistema de retiro, sino que con él, se fue el resto del país. ¡Qué legado mi hermano! Piénselo cuando esté en la urna en noviembre.