X-Men: Days of Future Past
El regreso del director Bryan Singer a la serie de los mutantes está a la par con sus otros dos trabajos promedio en la franquicia.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 10 años.
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Si hoy celebramos o lamentamos la aparentemente continua presencia de los superhéroes en las salas de cine, se debe en parte a Bryan Singer, cineasta que causó sensación en 1995 con The Usual Suspects, película que aún no ha superado, y quien cinco años después recuperó -a través de X-Men (2000)- la buena fe que los estudios habían perdido en este tipo de producción a raíz de los dos descomunales desastres de Batman que dirigió Joel Schumacher. De no ser por Singer, el panorama cinematográfico actual podría ser muy distinto, y conjeturar cómo habría sido el futuro de la industria guarda cierto paralelismo con la trama de X-Men: Days of Future Past, secuela que marca su regreso a la franquicia de los mutantes con uno de los arcos más famosos de las historietas de Marvel Comics
A pesar de la influencia que el cineasta estadounidense ejerció en el rumbo que tomó el cine comercial, su carrera detrás de las cámaras no ha sido la más memorable. Tras dirigir X2 en el 2003, Singer ha estado a cargo de un trío de fracasos taquilleros (Superman Returns, Valkyrie, Jack the Giant Slayer) que -sorprendentemente- no lo enterraron ante los ojos de Hollywood. Incluso sus dos películas de los X-Men no han envejecido muy elegantemente en los pasados 14 años, especialmente cuando se observan desde la perspectiva de este mundo post el big bang del universo cinematográfico de Marvel Studios. Ambas se sienten bastante anticuadas, algo que irónicamente va a tono con Days of Future Past.
La trama se divide en dos tiempos: un futuro post apocalíptico en el que los mutantes han sido prácticamente erradicados de la Tierra tras ser cazados por unos robots llamados Sentinels, y el 1973, año al que la mutante “Kitty Pryde” (Ellen Page) traslada la conciencia de “Wolverine” (Hugh Jackman) a su antiguo cuerpo para cambiar el evento que podría culminar con la extinción de su especie. Las historias que giran en torno a viajes a través del tiempo tienden a estar repletas de lagunas y saltos en lógica, y esta no es la excepción. El guión de Simon Kinberg pretende abarcar los eventos de los seis filmes de los X-Men, pero mejor no piense mucho en cómo esta película encaja cronológica y coherentemente con las otras. Esto solo resultará en un dolor de cabeza.
El único largometraje que realmente importa es X-Men: First Class, ya que este nuevo filme funciona más como una secuela directa a él. Mientras en el futuro tenemos a los mutantes de las cintas originales –Ian McKellen (“Magneto”), Patrick Stewart (“Profesor X”) y Halle Berry (“Storm”)-, los tres sin mucho que hacer-, la narrativa se concentra mayormente en el pasado, donde “Wolverine” se reencuentra con la versiones jóvenes de “Magneto” (Michael Fassbender) y el profesor (James McAvoy), quienes quedaron como enemigos tras los hechos de First Class. “Wolverine” tendrá que forzarlos a trabajar en conjunto para impedir que “Mystique” (Jennifer Lawrence) asesine a “Bolivar Trask”, el inventor de los Sentinels, interpretado por Peter Dinklage en un papel tan mezquino y exento de motivación que desperdicia criminalmente su gran talento.
La magnética relación que se manifestó entre Fassbender y McAvoy en First Class retorna aquí, tanto así que aunque el filme hace todo lo posible porque “Wolverine” parezca el protagonista, ambos actores opacan a Jackman. Desafortunadamente, su tiempo juntos en pantalla es limitado debido a que sus personajes se ven a la merced de las rebuscadas maquinaciones del libreto. Lawrence se la pasa sola la mayoría del tiempo, impidiéndole interactuar con los otros miembros del elenco en un largometraje que enfatiza el "MEN" en X-Men, ya que las mutantes quedan al margen de la historia. Lo mismo ocurre con Fassbender, cuyo “Magneto” trabaja mayormente por su cuenta tras cambiar tantas veces de lealtades que al final no queda claro si está trabajando a favor o en contra del porvenir de los mutantes.
Por fortuna, la acción resulta bastante competente. Singer finalmente cuenta con un presupuesto que le permite expresarse como quiere y jugar con los últimos avances tecnológicos. La secuencia inicial en la que los mutantes del futuro se defienden del ataque de los Sentinels sobresale por encima de las demás, destacando los diversos poderes de cada uno de los superhéroes e incluso combinándolos asombrosamente. Lo mismo ocurre con “Quicksilver”, un nuevo mutante con la habilidad de moverse a velocidades ultra rápidas -aunque en la práctica su poder lo utiliza del mismo modo que el Chapulín Colorado usaba la chicharra paralizadora-, que se luce en su propia escena de acción, pero el personaje desaparece luego de esto aun cuando habría sido extremadamente útil en la misión de “Wolverine”.
El mayor acierto de X-Men: Days of Future Past es uno que no puedo revelar aquí, pero digamos que con su regreso a la serie, Singer se ha encargado de rectificar muchas de las malas decisiones que la afectaron en las secuelas tras su partida, enderezándola hacia un futuro en el que los X-Men pueden continuar coexistiendo honradamente junto a las otras franquicias de superhéroes. First Class continúa siendo la mejor adaptación de estos personajes al cine, pero todavía ninguna está a la altura de lo que está haciendo actualmente Marvel Studios con Disney ni DC con la trilogía de The Dark Knight, y quizá nunca lo estén. Alguien tiene que ocupar el punto medio.