The Wolverine
¿Mejor que X-Men Origins: Wolverine? Claro que sí, pero lo mismo se puede decir de la gran mayoría de las películas de superhéroes.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 11 años.
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El pasado mes de marzo, el cineasta James Mangold enumeró -a través de su cuenta de Twitter- diez películas en las que se inspiró para dirigir The Wolverine, entre ellas grandes obras del cine como Chungking Express, The Outlaw Josey Wales, Floating Weeds, Black Narcissus y Chinatown. Mientras es posible ver cómo algunos de estos filmes (no todos) influenciaron su dirección -tomando un tiro prestado de aquí, un elemento de la trama de acá-, la más reciente aventura cinematográfica del miembro más famoso de los X-Men no es más que ser otra cinta de superhéroes del montón.
No hay nada inherentemente malo con la producción fuera de que no hay nada verdaderamente memorable en ella. Ninguna escena de acción, personaje o detalle particular en la historia que no hayamos visto en innumerables dramas criminales y complots empresariales que el genérico guión combina como ingredientes en una mezcladora, con la única diferencia que esta vez el protagonista es un mutante. Cuando el momento más emocionante de la película llega en la brevísima escena que ahora ya es costumbre incluirla de bono en medio de los créditos finales, algo no anda bien.
Basada superficialmente en una serie de cuatro cómics publicados en 1982 –escritos y dibujados por Chris Claremont y Frank Miller, respectivamente-, The Wolverine arranca promisoriamente, transportándonos a la ciudad de Nagasaki, en Japón, justo en el día que fue atacada por una bomba atómica en 1945. Logan (Hugh Jackman, en su sexta encarnación del personaje que aparentemente ya parece aburrirle), se encuentra prisionero en un campamento militar japonés y rescata a un soldado imperial de la explosión.
Sesenta años más tarde, Logan se halla en su punto más bajo (sí, aún más bajo que aparecer en la terrible X-Men Origins: Wolverine). Nos reencontramos con el mutante algún tiempo después de los hechos de X-Men: The Last Stand con Wolverine viviendo como un ermitaño en las montañas de Alaska, sumido en una profunda depresión tras haber tenido que sacrificar a su amada, Jean Grey (Famke Janssen). Acto seguido, Logan se encuentra en una barra con una ágil mutante clarividente japonesa que lo lleva de regreso a la tierra de los samurái donde el soldado que rescató ahora es un magnate de una empresa tecnológica y quiere recompensarlo por haberle salvado la vida.
Quizá el mayor pecado que comete Mangold es la manera en la que desaprovecha el fantástico escenario que representa Japón, manteniendo la acción mayormente dentro de sets o a través de “green screens” y con tan sólo una secuencia, nada especial, en la que el emblemático Tokyo Tower y un templo sirven de trasfondo. El país asiático que pudo haber sido un personaje en la historia, con una mayor atención a sus idiosincrasias, no trasciende las limitaciones de los clichés de su cultura popular.
Knight and Day (2010) demostró que la acción no es el fuerte de Mangold, y The Wolverine lo reafirma con cada combate en el que no logra elevar el pulso ni transmitir esa emoción tan necesaria en un filme de acción. El acercamiento del cineasta a la historia parece ir por buen camino durante el primer acto, donde el conflicto central es uno interno para el personaje de Wolverine -más introspectivo que reflexivo-, pero una vez arranca la acción, el director y el guión se van en piloto automático, desenmarañando una telaraña de intriga más compleja de lo necesario que es hilvanada por insípidas secuencias de acción y un forzado romance que en conjunto no suman nada.
Jackman no se ve muy comprometido con el largometraje, al menos artísticamente, porque físicamente el actor se ve igual de fuerte que siempre, si no es que más. Esto podría ser a raíz de que ya no encuentra nada en el personaje que le inspire (además de sus multimillonarios honorarios) o el hecho de que aquí Wolverine está sufriendo de un corazón roto. Sin embargo, el problema más bien yace en que en este filme el mutante no tiene ningún opositor digno. ¿Ninjas? ¿Un corrupto ministro de justicia? ¿Un experto en kendo con “daddy issues”? La trama incluye a una serpentina mutante que es tan desechable como el resto de los villanos y que parece sacada de las películas de Batman de Joel Schumacher.
Mientras su intensión de hacer algo disinto e inspirarse en maestros como Ozu, Polanski, Powell y Pressburger, entre otros, es encomiable, incluso bienvenida cuando la gran mayoría de las películas de superhéroes sigue un patrón que ya provoca fatiga, el trabajo de Mangold no consigue despertar emociones ni en el propio Wolverine, quien parece estar sonámbulo de principio a fin a la espera de reunirse con sus compañeros mutantes en X-Men: Days of Future Past el año entrante que, con suerte, será una mejor experiencia con el regreso del director Bryan Singer a la franquicia.