The Great Gatsby
El nuevo largometraje de Baz Luhrmann se queda corto de la grandeza que figura en su título, aunque no por mucho.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 11 años.
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Entiendo perfectamente a los detractores del director Baz Luhrmann. Su estrambótico estilo visual no se presta para una fácil asimilación, a veces pecando de excesivo en la manera como confronta al espectador con sus deslumbrantes imágenes, desafiándolo a prestar atención a la historia que está detrás de ellas. En cierta forma, su estética no se distancia mucho de la de un director como Michael Bay. Para bien o para mal, son artistas primordialmente visuales que se esmeran porque todo luzca muy bien en pantalla, aunque contrario Bay, en el cine de Luhrmann se aprecia un genuino interés por lo que se está contando.
Tras adaptar en 1996 el clásico Romeo & Juliet, de William Shakespeare, dentro un entorno contemporáneo, el cineasta australiano ahora se enfrenta a otra renombrada obra artística: The Great Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, considerada como una de las grandes novelas estadounidenses. En esta ocasión, en lugar de traer el pasado al presente, Luhrmann opta por llevar lo moderno al pasado, contando la trágica historia de amor que transcurre en la ciudad de Nueva York de los años 20 con elementos, mayormente musicales, de la época actual.
Luhrmann enmarca su narrativa del mismo modo que lo hizo en Moulin Rouge!: utilizando a un escritor como el narrador de la historia, siendo en esta caso Tobey Maguire como “Nick Carraway”, el joven y humilde corredor de la bolsa de valores que se ve hipnotizado por el glamoroso mundo de los millonarios que viven a las afueras de La Gran Manzana. El director se encarga de colocar al público en los zapatos de “Nick”, exponiendo como algo deseable el decadente estilo de vida de estas personas que nacieron ricas, son ricas y seguirán siendo ricas.
Resulta difícil ver las secuencias de las fiestas que transcurren en la enorme mansión del misterioso “Gatsby”, filmadas nítidamente en tres espléndidas dimensiones y editas al ritmo de la pulsante música Jay-Z y will.i.am, entre otros artistas contemporáneos, y no querer estar ahí. Pero todo este encanto es uno puramente superficial, como descubriremos a medida que “Nick” se va introduciendo en la vida de “Gatsby”, el enigmático multimillonario interpretado por Leonardo DiCaprio en un papel que le cae a la medida.
La actuación de DiCaprio es uno de los pilares de The Great Gatsby junto a la de Carey Mulligan como el objeto de su obsesión, la ingenua joven “Daisy Buchanan”. La pareja no pasa mucho tiempo junto en pantalla, pero las pocas escenas que comparten bastan para transmitir el deseo entre ellos, particularmente el de “Gatsby” hacia “Daisy”. El carisma de Dicaprio, así como su vulnerabilidad, se manifiestan en pantalla convincentemente, mientras que Mulligan es quizá la que se roba el show con su melancólica interpretación, capaz de romperle el corazón a cualquiera con tan sólo mirarla.
El filme ha sido tildado de hueco por algunos críticos, pero entiendo que esto es por diseño y no por culpa de los actores. El guión de Lurmann y Craig Pearce se basa en la vida de personas físicamente hermosas pero vacías por dentro, por lo que esperar un apasionado romance iría en contra de su propósito, que es exponer la superficialidad de estos personajes que se rodean de excesos porque sencillamente no tienen más nada.
The Great Gatsby, sin embargo, jamás alcanza la grandeza que figura en su título. Luego de una primera mitad en la que Luhrmann perfectamente nos atrapa en el mundo de “Gatsby”, estableciendo la médula del argumento, la trama pierde fuerza, tanto sustancial como estéticamente, al concentrarse en el idilio entre el protagonista y “Daisy” que no logra retener interés. La película va desinflándose lentamente hasta llegar a su inevitable conclusión, dejando atrás el recuerdo de esa primera mitad en la que el recuadro entero estaba lleno de energía.
Podría catalogarse como un intento fallido por parte de Luhrmann y compañía, pero no lo veo así. El director demuestra uno de los mejores usos del 3D que se ha visto hasta ahora –confirmando nuevamente que esta tecnología pertenece en las manos de cineastas expertos, y no de cualquiera-, el diseño de producción de su esposa Chatherine Martin es espectacular y el trabajo del elenco, dentro del que cabe también destacar a Joel Edgerton y Elizabeth Debicki, también es muy sólido. Su manejo de la historia no será el mejor, pero prefiero ver esta versión de The Great Gatsby, que intentó hacer algo diferente con la obra de Fitzgerald, que verla trasplantada palabra por palabra de la página al cine.