No estoy formada por cosas que son mías solamente. Al igual que la flor que no escoge su color, no somos responsables por en lo que nos hemos convertido.

Con esas palabras, extraídas de la narración inicial de Stoker, la introvertida adolescente “India Stoker” parece distanciarse de los perturbadores actos que estamos a punto de verla cometer. La familia, su influencia en nuestro comportamiento y genética, es una parte medular de este irresistiblemente siniestro filme del cineasta surcoreano Park Chan-wook, en su impactante debut en el mercado anglosajón con el mismo exquisito lenguaje fílmico que lo ha elevado como uno de los mejores directores contemporáneos.

En esa misma narración, realizada fríamente por la excelente Mia Wasikowska, como “India”, se establece no sólo la columna vertebral del argumento sino también la manera cómo Park –en su mejor trabajo desde Lady Vengeance (2005)- construirá una incómoda y cautivante atmósfera alrededor de él. “Mis oídos escuchan lo que otros no pueden escuchar”, expresa la joven, y el fantástico diseño de sonido nos permite compartir su depurado sentido auditivo, escuchando más allá de lo que está en primer plano, como un depredador asimilando su entorno mientras identifica a sus presas.


La comparación con un depredador es más que justa, como usted descubrirá a medida que se vaya adentrando en el excéntrico núcleo familiar de los Stoker, quienes comienzan la cinta con la pérdida del padre de la familia en un trágico accidente que deja solas a su esposa, “Eve” (Nicole Kidman), y a su hija, “India”, a la que era muy apegado. A raíz del fallecimiento, “India” conoce a un tío que no sabía que tenía: el hermano de su padre, “Charlie” –interpretado serpentinamente por Matthew Goode-, quien aparece de sorpresa en el funeral con miras a reemplazar la figura paternal en el hogar.

Las influencias hitchcocknianas en el memorable guión de Wentworth Miller no se limitan al nombre del enigmático tío “Charlie” (en clara referencia a Shadow of a Doubt), sino que se extienden a la elegancia visual que le imparte Park Chan-wook a su puesta en escena –impecablemente fotografiada por su usual colaborador Chung-hoon Chung- para extender el suspenso el mayor tiempo posible hasta que está listo para virar la película sobre su cabeza. Ese momento llega en una magnífica escena donde el metafórico pasaje de rito de “India” alcanza su punto de ebullición en un trastornado despertar sexual.  

Antes de llegar a ese punto, el director nos mantiene atentos con la sospecha de que algo anda sumamente mal en esta familia mucho antes de descubrir sus oscuros secretos a través de pequeños toques visuales y las cadencias musicales del moderno compositor Clint Mansell en colaboración con el gran Philip Glass en los duetos de piano. La edición del largometraje abona a la experiencia mediantes desorientadores desplazamientos temporales, surreales transiciones y el magnífico manejo de cámara que ya son una marca de la filmografía de Park.

Mientras el papel de Kidman queda mayormente al margen –y aun así, la veterana actriz se desempeña muy bien-, la magnética actuación de Goode y su cuestionable química con el personaje de Wasikowska mantienen nuestra mirada clavada en la pantalla. “No necesitamos ser amigos, somos familia”, le dice “India” a “Charlie”, como si no le quedase más remedio que lidiar con él, con los genes como grilletes, como una condena de la que no puede escapar. La trama pende de sus dudas de aceptarla. Park se encarga de exponer las consecuencias.