Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 17 años.
PUBLICIDAD
Todos los cinéfilos tenemos al menos una película a la que no nos queremos enfrentar por miedo a lo que podría aparecer en pantalla. En la gran mayoría de ellas, su reputación es más que suficiente como para sembrar el pánico en nosotros y trastornar nuestros sueños. Para algunos será la macabra “The Exorcist”, para otros quizás algún intenso y gráfico drama psicológico al estilo de “Irreversible” o “Requiem for a Dream”.
En mi caso, se trata de “Salò, o los 120 días de Sodoma”.
Le huí por más de siete años, pero finalmente me atreví a ver lo que sin duda alguna es una de las cintas más infames en la historia del celuloide, sembrada de ciertas imágenes que, por más que uno quiera, no hay manera de olvidar y regresan a nuestro consciente súbitamente, sin el menor aviso. “Salò” contiene muchas de éstas y sus espeluznantes escenas han invadido mi mente en más de una ocasión desde que la vi hace algunas semanas.
El último filme del reconocido director italiano Pier Paolo Passolini ha sido llamado una “obra maestra” por unos y condenado como una “grotesca basura” por otros. Paradójicamente, ambas descripciones son correctas. La realidad es que “Salò” no puede ser llamada buena ni mala. Habita en un extraño limbo cinematográfico en el que las películas no son calificables, simplemente son. Existen porque el medio las requiere. Porque al igual que hay cintas que resaltan el lado bondadoso y puro de la naturaleza humana, también existen las que deben filmarse porque muestran las atrocidades más despiadadas de las que son capaces los hombres.
Pero aún cuando otros largometrajes se han encargado de capturar los fines empleados por los humanos a través de la historia para sembrar el dolor y el sufrimiento entre su propia especie, “Salò” no se puede comparar con ninguno de ellos. Es único e irreproducible. Lo que Pasolini hizo en 1975 jamás se podría filmar hoy día. Por años su venta y proyección estuvo prohibida en decenas de países y aún hay algunos –como Australia- en los que es ilegal importarla.
Todos estos detalles eran de mi conocimiento mucho antes de comprarla, y aún así, lo que vi sobrepasó mis expectativas. Pensé que estaba preparado y que los años que le he dedicado a esta pasión por el séptimo arte, exponiéndome a todo tipo de producción, serían suficientes como para tolerar cualquier cosa que apareciera en el televisor. Pero lo que vi aquella noche, los sentimientos y perturbadoras sensaciones que experimenté –y que regresan cada vez que me acuerdo de ella-, me marcaron de manera indeleble.
En su última obra, Pasolini traslada la novela “Los 120 días de Sodoma” del infame Marqués de Sade, de la Francia del Siglo 18 a las últimas semanas de la Segunda Guerra Mundial en el norte de Italia. Fue aquí donde el dictador y títere de los nazis, Benito Mussolini, estableció la República Socialista Italiana, también conocida como la República de Salò, debido que las oficinas centrales de su régimen estaban localizadas en el pequeño pueblo de Salò, lugar donde Mussolini y su ejército desataron su inhumana furia contra sus opositores.
De cara al fin del conflicto bélico, un grupo de hombres -compuesto por “El Duque”, “El Magistrado”, “El Monseñor” y “El Presidente”- secuestran a 18 hijos e hijas de los disidentes y los llevan junto a cuatro viejas prostitutas a una inmensa mansión. Las reglas que les imponen son claras, estrictas y aterradoras:
- Puntualmente, a las 6:00 de la mañana, todos se congregaran en la llamada “Sala de la orgía” donde las prostitutas narrarán varias historias sobre algún tema en particular con el fin de motivar la imaginación y cualquier acto de lujuria será permitido.
- Nuestros amigos pueden interrumpir en cualquier momento y cuantas veces quieran para incurrir en las acciones que les vengan en gana.
- Luego de comer, nuestros amigos participarán de las orgías.
- Las relaciones heterosexuales están estrictamente prohibidas. Las copulaciones deben se índole incestuoso o por sodomía. Quienes se atrevan a tener alguna relación sexual heterosexual serán severamente mutilados.
- Cualquier persona que rece o realice algún acto religioso, será inmediatamente asesinado.
De una manera que evoca el viaje que el “Virgilio” de Dante Alighieri realiza a los confines del infierno en “La Divina Comedia”, Pasolini construye la estructura de su película alrededor de tres círculos: “El círculo de obsesiones”, “El círculo de la mierda”, y “El círculo de la sangre”, cada uno más repulsivo y morboso que el anterior. Durante días, el reglamento es seguido al pie de la letra por la mayoría de los jóvenes. Aquellos que se atreven a revelarse contra sus captores se atienen a las consecuencias que incluyen toda clase de aberración: violaciones, sodomía, torturas y hasta la ingestión de excremento humano.
No cabe duda de que “Salò” fue hecha con el propósito de sacudir profundamente las sensibilidades de los espectadores. Es imposible verla y no sentirse afectado por lo que aparece en pantalla. Y aunque muchos perciben sus perversiones como excesivamente gratuitas, detrás de sus macabras imágenes se encuentran varios mensajes que Pasolini nos desea transmitir.
Primero, la condena del fascismo. Los libertinos que capturan a los niños encarnan figuras de los cuatro poderes que permitieron la entrada de los nazis a Italia: el eclesiástico, el ejecutivo, el judicial y el burgués. “Nosotros los fascistas somos los únicos verdaderos anarquistas”, declama “El Duque” en una de las escenas. El abuso del poder y sus consecuencias es uno de los temas más explícitos del filme.
De igual forma, Pasolini, quien era marxista, se sentía disgustado con el giro que –tras la guerra- su patria había tomado hacie un neocapitalismo, con una población más inclinada a consumir cualquier basura que el Gobierno o las influencias exteriores pusieran a su alcance. Para proyectar esta molestia, el director degrada a sus personajes al hacerlos ingerir excremento en copiosas cantidades.
Que si es efectivo o no cómo el cineasta expresa sus posiciones contra el fascismo y el consumerismo desmedido, eso lo decide cada cual. Necesito volverla a ver –sí, pienso someterme a la tortura nuevamente- para poder apreciar estas metáforas y alusiones sin que medie ya el impacto visual de aquella primera impresión. Creo que es la única forma de absorber todo lo que el director deseó transmitir con su obra.
“Salò” es una película que nunca olvidaré. Los angustiosos rostros de los jóvenes aún me persiguen. Jamás volveré a escuchar la pieza “Primo Vere; Veris Leta Facies” de la obra “Carmina Burana” de la misma manera. Pasolini la utiliza efectivamente durante la última secuencia del largometraje, cuando nos hace cómplices de las atrocidades que vemos a través de unos binoculares, lejos y sordos a los gritos desesperados de las víctimas.
Aún hoy, sus crueles imágenes poseen un siniestro paralelismo con las publicadas hace unos años de los prisioneros iraquíes desnudos en la prisión de Abu Ghraib –al igual que los de los adolescentes- en posiciones degradantes, mientras los soldados abusadores sonríen a la cámara. En cierta forma, las víctimas de “Salò” parecen estar destinados a quedar atrapados en esa lujosa mansión por toda la eternidad, sufriendo las angustias que los seres humanos imparten contra el prójimo, en un fatídico ciclo que no parece tener un fin.