Detrás de cada radiante sonrisa, de cada mueca y cada chiste que hacía para provocar carcajadas, siempre era posible divisar un destello de fragilidad en su mirada, la de alguien que ha caído al punto más bajo del abismo y que ha sabido volverse a levantar. Robin Williams fue –y qué difícil se me hace tener que hablar de él en tiempo pasado- un gran comediante, pero más que eso, un tremendísimo actor que durante toda su carrera fue completamente abierto en torno a los demonios de su pasado, su adicción a la cocaína y al alcohol, y cómo combatió contra ellas.

Hoy, tras sufrir durante los pasados meses de lo que su representante describió como una  “depresión severa”, el artista fue hallado muerto a los 63 años en lo que se ha reportado como un aparente suicidio, y ahora aquí me encuentro incrédulo -como muchos otros cinéfilos que durante las pasadas décadas reímos y lloramos en múltiples ocasiones con él-, sentado ante la página en blanco tratando de plasmar en ella lo que estoy sintiendo.

Basta con ojear Twitter para constatar el cariño que el público siente por este hombre. Leo citas de The World According to Garp seguidas por fotos o vídeos de Aladdin, Mrs. Doubtfire, The Birdcage, The Adventures of Baron Munchausen, The Fisher King, What Dreams May Come, Dead Poet’s Society… y de inmediato es evidente el rango histriónico del que gozaba y muchos subestimaban, relegándolo mayormente a “comediante” cuando en realidad era (sí… “era”) todo un actorazo que –al igual que la inmensa mayoría- hizo películas desde muy buenas hasta muy malas.

Williams poseía la habilidad de moverse del drama a la comedia y viceversa con suma facilidad, y a veces dentro de la misma película. En una escena te arrancaba una carcajada y en la próxima una lágrima, como demostró estupendamente en Good Will Hunting, película que le valió su único Oscar. Podía interpretar a un personaje para niños -como Popeye o el genio de Aladino- de manera tan natural como a un psicópata en One Hour Photo e Insomnia. Y vaya que hacía reír. En televisión, en el cine, sobre la tarima haciendo stand-up o simplemente como invitado de un programa, su energía era sobrenatural y nunca –ni siquiera en sus peores filmes- parecía dar menos del 100 por ciento.

En los próximos días muchos estaremos hablando de nuestras actuaciones favoritas de Williams. Algunas ya las he mencionado aquí y seguramente figurarán al tope de las listas de muchos. Yo voy a optar por destacar su trabajo en una película que suele despacharse como un fracaso pero que yo la atesoro enormemente desde que la vi a los 11 años. Se trata de Hook, y en ella Williams encarnó a Peter Pan convertido en hombre y forzado a regresar a la Tierra de Nunca Jamás para rescatar a sus hijos.

No es la obra más memorable de Steven Spielberg –de hecho, muchos la consideran una de sus más mediocres- pero Williams se vive tanto el papel que no importa cuántas veces la vea (y han sido varias) me gozó la travesía de su personaje de abogado insoportable a icónico héroe infantil. El papel de Peter Pan le cayó como anillo al dedo, pues no importa cuán viejo se ponía, Williams retenía un espíritu de niño que se negaba a madurar, y es así como ahora quisiera recordarlo.

Todavía no lo creo, y en verdad no sé qué mas decir. Quiero parar de escribir e ir corriendo a buscar una de sus películas para verla y traerlo de vuelta a la vida. Eso haré, y los invito a que hagan lo mismo. Hay muchas para escoger.

"Bangarang", Robin.