Cuando somos jóvenes tendemos a sacar las cosas fuera de proporción con suma facilidad. Vivimos en un mundo de blancos y negros donde no hay espacio para grises. Cualquier evento, por más ordinario que sea (“¡Me colgué en el examen!”, “¡Le choqué el carro a mami!”, “¡No me invitaron al party!”), se convierte en una situación de vida o muerte. Esto es aún más marcado en lo que concierne a las relaciones sentimentales.

La divertidísima película Scott Pilgrim vs. The World toma esta idea y la eleva a la quinta potencia. El dramatismo del título prácticamente lo evidencia. El director Edgar Wright -basándose en el cómic de Bryan Lee O’Malley- fusiona la crisis romántica que atraviesa un joven de 23 años con un mundo en el que también se tiende a exagerar las cosas: el de los videojuegos.  Para muchos miembros del público parecerán alienígenas o culpables –injustamente- de muchos de los males de la sociedad, pero para millones de personas, como este servidor, no conocemos un mundo en el que no existan.

Wright, cuyas dos cintas anteriores -las excelentes Shaun of the Dead y Hot Fuzz- se caracterizaron por parodiar los géneros de terror y  acción, respectivamente, a la vez que rindieron tributo a ellos, se circunscribe en este filme a ese nicho que en las últimas décadas ha ido en constante crecimiento y enaltece todas sus virtudes e idiosincrasias. Usted no necesariamente tiene que haberlo experimentado para disfrutar de la cinta, pero aquellos de nosotros que nos criamos con Super Mario Bros., Legend of Zelda, Donkey Kong y Street Fighter, entre otros,  definitivamente le encontraremos un valor añadido.

“Scott Pilgrim”, interpretado por Michael Cera, es un universitario canadiense que para sobrepasar el hecho de que su novia lo ha dejado por otro, comienza a salir con una estudiante de escuela superior. Su banda, Sex Bob-Omb, está desesperada por conseguir un contrato disquero y su apartamento es tan pequeño que tiene que compartir su cama con su mejor amigo gay.

La suerte de “Scott” parece cambiar para bien cuando un día conoce –literalmente- a la chica de sus sueños: “Ramona Flowers” (Mary Elizabeth Winstead). Misteriosa, atractiva y un tanto arrogante, “Ramona” representa todo lo que siempre quiso. Sin embargo, conquistarla no será tan fácil, ya que primero tendrá que enfrentarse a sus siete “ex” en una serie de batallas, por supuesto, a muerte.

El guión de Michael Bacall y Edgar Wright captura perfectamente el material original de O’Malley, en muchas ocasiones transfiriendo directamente la página del cómic tanto verbal como visualmente. El estupendo sentido del humor es uno de los grandes aciertos de la cinta, con múltiples referencias a la cultura popular, muchas de ellas expresadas tan rápidamente que requerirá verla otra vez para captarlas todas.

Un libreto tan cómico no sería nada sin un buen elenco que lo eleve, y afortunadamente todos los actores que aparecen en el largometraje, por más pequeño que sea el papel, dan el 100% en sus interpretaciones. Michael Cera ha hecho su carrera prácticamente repitiendo el mismo papel de tipo tímido, inseguro y bonachón, pero incluso aquí “Scott” nos permite verlo desde otra perspectiva. Es un personaje bien realizado, con deficiencias y no del todo agradable, por lo que su desarrollo a lo largo de la historia se siente orgánico y creíble.

Del resto del elenco, es necesario destacar a Kieran Culkin como “Wallace”, el roommate homosexual de “Scott”. Todas las frases que salen de su boca son carcajadas garantizadas y el joven actor tiene un ritmo perfecto para la comedia. Cada vez que aparece en pantalla se roba las escenas. El filme está colmado de pequeños papeles tan buenos como el de él, pero mencionarlos sería dañarles la sorpresa ya que muchos de ellos son los misteriosos y malvados “ex” de “Ramona”.

La verdadera estrella del largometraje se encuentra detrás de la cámara: Edgar Wright. Su dirección de las hiperrealistas secuencias de acción es increíble, llenas de energía, cada una con su propio encanto y editadas al ritmo de uno de los mejores soundtracks del año. Ninguna se parece a la otra y Wright las colma de pequeños detalles de la subcultura de los cómics y  los videojuegos que hacen que esta película sea, no sólo una carta de amor a ellos, sino a todos sus millones de fanáticos. Todavía no existirá ninguna buena adaptación cinematográfica de un videojuego, pero Wright sorprendentemente ha logrado hacer la mejor película SOBRE el escapismo y diversión que ofrece este medio de entretenimiento.

La única falla del filme, y que hay que mencionar, es que no apela a todo público, como demostró su pobre recaudo en taquilla el pasado fin de semana. Es una película hecha por un geek para un público geek. Su voz le habla directamente a una generación, pero para mí fortuna se trata de mi generación. No cabe duda que esto influyó en mi percepción de la cinta, pero qué les puedo decir. Soy un geek y un gamer, y desde que apareció el logo de Universal Pictures en pantalla supe que Scott Pilgrim vs. The World estaba hecha a la medida para mí.