Moana
Disney regresa al mar con una aventura un tanto familiar.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 8 años.
PUBLICIDAD
A pesar de ser uno de los pilares de su marca, en los últimos años se ha notado cómo Disney se ha distanciado de la imagen de las princesas tradicionales, al menos en lo que a sus películas respecta. El bienvenido giro comenzó en el 2010 con Tangled, con una “Rapunzel” que no requirió de un príncipe que la rescatase de la torre, y continúo en el 2013 con el exitazo Frozen, que prescindió del interés amoroso por completo, reemplazando el amor romántico por el fraternal. Esta metamorfosis se completa hoy con Moana, la nueva producción animada cuya “princesa” solo podría considerarse así para propósitos de vender muñecas que vayan acorde con la mencionada marca.
La realidad es que “Moana” (Auli'i Cravalho) no es de sangre azul, sino roja y “llena de vida” -como la describe el propio estudio en la sinopsis oficial del filme-, una adolescente aventurera lista para devorar el mundo de no ser porque carece de experiencia en la navegación. La joven es hija de un cacique polinesio que, al igual que el resto de su tribu, teme regresar a las aguas del Pacífico por miedo a un antiguo maleficio que ahora atenta contra sus cosechas y la pesca. Cuenta la leyenda que el semi-dios “Maui” (Dwayne Johnson) le robó el corazón a la diosa “Te Fiti”, y desde entonces la oscuridad se ha esparcido por el océano, por lo que “Moana” emprende un viaje para encontrar a “Maui” y restaurar el orden.
El simple guión fue escrito por Jared Bush con la ayuda de varios autores, entre ellos los directores Ron Clements y John Musker, quienes también dirigieron y coescribieron The Little Mermaid, así que el sentido de déjà vu que emana de la película no debe sorprender. Clements y Musker recurren a viejas y probadas ideas dentro de la caja de herramientas de Disney –como el acompañante animal de la protagonista, representado aquí por un comiquísimo gallo tan tonto como mudo- que evocan a ese clásico de 1989. Entre ellas sobresale el uso de números musicales, compuestos en parte por Lin-Manuel Miranda, que incluye uno muy similar a “Part of Your World” cantado por la sirenita y otro interpretado por un cangrejo, que –por cierto- reaparece al final de los créditos.
El parecido en la fórmula, sin embargo, no se extienden más allá de esos ejemplos, y eventualmente “Moana” encuentra su propia historia al encontrarse con el arrogante Maui y entablar una relación en la que ambos se ayudan a identificar sus respectivas fortalezas. Las voces de Johnson y la debutante Cravalho complementan favorablemente a sus personajes animados, y cabe destacar que ambos logran impresionar como cantantes.
En términos puramente estéticos, Moana es el trabajo más realizado de Disney desde que –lamentablemente- sustituyó la animación a mano por la computarizada. Los coloridos paisajes se acercan en ocasiones al foto realismo, particularmente el agua y cómo esta se mueve, ya sea naturalmente o a través de fuerzas sobrenaturales tipo The Abyss que ayudan a “Moana en su travesía. El diseño de los personajes también es estupendo, desde los tatuajes de “Maui” que son testimonio de su heroísmo hasta las proporciones de la protagonista que se alejan por completo de las típicas modelos de pasarela.
Incluso el impacto del desenlace recae más en la astucia visual de la secuencia que en el contexto emocional del liviano pero efectivo argumento. Moana quizás no esté destinada al mausoleo de Disney, pero los saltos que da hacia una idea más contemporánea de las virtudes de sus heroínas no es menos encomiable.