“Marcelino Sariego” se está quedando ciego, y para alguien cuya vocación y oficio dependen de la vista, esto es doblemente trágico.  “Marso”, como le dicen quienes lo conocen –el viejo cascarrabias no parece tener amigos ni tampoco quererlos–, es interpretado ejemplarmente por Daniel Lugo en Las vacas con gafas, primer largometraje del director Alex Santiago Pérez quien, pese a no haber estudiado cine, domina el medio mejor que muchos que sí han pasado por la academia.

“Marso”  es un pintor y profesor de arte que reside en el Viejo San Juan, antigua ciudad cuyas calles adoquinadas y arquitectura española Santiago Pérez realza a través de tiros estáticos y amplios que parecen vincular la inercia del protagonista con su entorno, circunscrito a su apartamento, la farmacia, la escuela en la que enseña y la barra a la que regresa a pesar de que su último trago se lo dio hace años. Evidentemente es una criatura de rutina, y esta se ve alterada cuando un oftalmólogo le indica que podría quedarse ciego en cualquier momento.

La actuación de Lugo, excelente por demás, recuerda a la de Takashi Shimura en Ikiru, el clásico de Akira Kurosawa que también giró en torno a un hombre que decide confrontar los fantasmas de su pasado tras recibir un diagnóstico médico desfavorable. De igual forma, la dirección de Santiago Pérez evoca la intimidad y estoicismo del cine europeo (el director ha señalado a Michael Haneke e Ingmar Bergman como influencias- pero además a la de otro maestro japonés: Yasujiro Ozu, conocido por los dramas familiares y una puesta en escena minimalista, más enfocada en los gestos pequeños que en las grandes manifestaciones de emociones.


La película se compone mayormente de tomas largas que le permiten al elenco –que incluye a Jorge Castro, Jaime Bello, Georgina Borri, Adrián García, Jazmín Caratini y René Monclova en papeles pequeños pero memorables– desenvolverse como si se tratase de una obra de teatro, técnica que los atrapa en el momento sin dejar espacio para hilvanar sus actuaciones en el cuarto de edición. El resultado es uno muy natural que fluye cónsono al ritmo de la contemplativa narrativa con la taciturna presencia de “Marso” como la constante.

El guión de Santiago Pérez explora principalmente la maltrecha relación entre el protagonista y su hija –interpretada por Cristina Soler– con quien no ha tenido contacto desde hace mucho tiempo. A medida que su mundo se ve invadido por sombras, más necesario es para “Marcelino” ese contacto con su única hija. Lugo y Soler brillan en las escenas de fuerte contenido dramático que el libreto balancea con un cínico sentido del humor cuyo mejor ejemplo se observa en los interminables monólogos del personaje encarnado por Raúl Carbonell, otro artista que habla mucho acerca de la naturaleza e interpretación del arte, aunque al final en realidad no diga nada.

“Marso” escucha a este colega con la misma resignación con la que encara su nueva realidad: indiferente ante lo inevitable, pero con la esperanza de redimirse ante los ojos de su hija como su único norte. Lugo viste al personaje de una armadura casi impenetrable pero notablemente marcada por los golpes de la vida, mas este hermetismo no nos mantiene distantes sino que nos atrae hacia él con el magnetismo que solo un actor de su calibre puede lograr. De la mano de Santiago Pérez, ambos hacen de Las vacas con gafas un filme que inmediatamente sobresale dentro de la filmografía puertorriqueña.