Tras perder a su esposa a causa de una enfermedad, “John Wick” (Keanu Reeves) recibe un obsequio póstumo de parte de ella: una adorable cachorra para que lo acompañe en su luto. Pero tan pronto como el estoico hombre y el público comienzan a encariñarse con la pequeña Beagle, un trío de mafiosos rusos invaden la casa del viudo para robarle su Mustang del 69, matándole a la perrita por pura crueldad.

Los pobres infelices… no sabían con quién se estaban metiendo.  

Las premisas de las películas de acción no se ponen más simples y empáticas que la de John Wick -uno de esos estrenos que aparecen de la nada y te sorprenden con su efectividad- que marca el debut directoral de Chad Stahelski y David Leitch, dos coordinadores de “stunts” con más de una década de experiencia que aquí ponen de manifiesto, demostrando que no solo saben coreografiar la acción sino que también poseen el talento para filmarla debidamente. Su ópera prima satisface con creces al circunscribirse esencialmente a lo que tiene que ser: un filme de venganza íntegro que escribe sus propias reglas y establece su propia mitología, escenarios y hasta moneda.

Resulta que “John Wick” no es un tipo común, sino un retirado asesino a sueldo hecho ahora aún más letal al no tener nada que perder. Cuando el cabecilla de la mafia rusa “Viggo Tarasov” (Michael Nyqvist) descubre a quién pertenecía el carro y la perra que mató su engreído hijo –interpretado por Alfie Allen, en un papel que no aprovecha ni una centésima del talento que ha exhibido en Game of Thrones-, su reacción es un parco “oh…”. Uno puede ver inmediatamente la resignación en su rostro al explicarle a su único hijo quién es “John Wick” a través de una serie de anécdotas tan legendarias como las de “Keyser Soze”, describiéndolo no como el cuco sino más bien el hombre que contratas para matar al cuco.

No hay quien detenga a “John Wick” -personaje que Reeves interpreta aptamente como el héroe de acción que ha probado ser, mitad Beat Takeshi, mitad maestro zen-, pero “Viggo” obviamente tratará, enviando a cuanto gatillero tiene bajo su poder para al menos postergar lo inevitable. El libreto de Derek Kolstad se toma su tiempo construyendo el fantasioso universo en el que se desarrolla la trama, una moderna metrópolis en la que existen hoteles y clubes nocturnos concurridos exclusivamente por matones y otros habitantes del bajo mundo, quienes intercambian monedas doradas como métodos de pago. Kolstad astutamente jamás se detiene para explicar las idiosincrasias de este mundo, introduciéndolas orgánicamente sin interrumpir la historia en una de esas torpes descargas de innecesaria exposición.

Stahelski y Leitch saben lo que vinimos a ver y lo proveen en abundancia... quizás demasiada, haciendo que algunas secuencias se sientan repetitivas y el último acto provoque letargo, estirándolo más de lo necesario hasta alcanzar un desenlace medio soso en vista de que Nyqvist –al igual que en Mission Impossible: Ghost Protocol- resulta ser un oponente desechable. Sin embargo, la mayoría de las estilizadas escenas de acción gozan de una gran energía, excelentemente coreografiadas al ritmo de la pulsante banda sonora de Tyler Bates y Joel J. Richard en la que también figura la agrupación M86. “Wick” combina las artes marciales con un estilo similar al “Gun Kata” que distinguió a Equilibrium, despachando maleantes con absoluta facilidad a diestra y siniestra mientras recarga constantemente sus pistolas, porque aunque usted no lo crea, aquí el héroe se queda sin balas frecuentemente, y es refrescante verlo ir en contra del cliché de las municiones infinitas.

Cada vez es más raro encontrar filmes de acción que no sean secuelas, remakes o adaptaciones de cómics, programas de televisión, etc. John Wick se distingue con originalidad, ofreciendo una cuantiosa dosis de entretenimiento y diversión que invitan a rogar que algún otro imbécil ose atentar contra otra mascota del protagonista solo para volver a verlo tomar la justicia callejera en sus manos.