Frozen
La nueva película animada de Disney se debate entre la innovación y lo convencional mientras provee puro entretenimiento familiar.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 11 años.
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Tras décadas puliendo la figura de la princesa hasta –para bien o para mal- convertirla en una de sus mayores aportaciones al adoctrinamiento de millones de niñas alrededor del mundo como modelos a seguir, parecería que el estudio de animación Walt Disney había dado con una receta exitosa y fácil de seguir: doncella se ve envuelta en un conflicto, encuentra un príncipe/intrépido héroe, se enamora, resuelve el conflicto, y viven felices para siempre. "The End".
Con Frozen, la nueva producción animada del estudio, la fórmula recibe unas interesantes variaciones que serán muy bien recibidas por aquellas personas que objetaban que la felicidad de su protagonista estuviese intrínsecamente vinculada al romance. Basándose superficialmente en el cuento The Snow Queen, de Hans Christian Andersen, los directores Jennifer Lee y Chris Buck confeccionan una mágica aventura anclada en valores que hemos visto en repetidas ocasiones en muchas de las producciones de Disney –el amor, la amistad y el creer en sí mismo- pero en la que la relación central es una fraternal.
El guión de Lee nos transporta al reino de Arendelle a través de una historia rica en mitología e idiosincrasias nórdicas que le dan carácter e inmediatamente la distinguen de las otras cintas de la casa de Mickey Mouse. Allí, las hermanas Elsa y Anna juegan de niñas en el palacio de sus padres, los reyes de Arendelle, aprovechando la habilidad de Elsa para crear hielo y nieve para construir su propio paraíso invernal. Sin embargo, cuando Elsa casi congela el corazón de su hermana por accidente, sus padres la aíslan y le prohíben utilizar el poder.
Años después, Elsa (Idina Menzel) hereda el trono, obligando a que se abran las puertas del castillo para recibir a todos los invitados para la fiesta de coronación. Esto alegra a Anna (Kristen Bell) no solo por el acceso al exterior, sino también por su hermana, a quien no ve hace tiempo. La celebración se ve abruptamente acortada cuando Elsa, una vez más por accidente, no puede controlar su poder y congela todo el reino, luego de lo cual huye a las montañas para vivir en soledad, por lo que Anna emprende un viaje para recuperar a su hermana y salvar a Arendelle.
Este primer acto de Frozen es excelente, estableciendo convincentemente la relación fraternal entre ambas protagonistas y el fuerte lazo que las unía de niñas mediante el sencillo número musical “Do you Want to Build a Snowman?” que muestra el crecimiento de las hermanas. La película continúa con la tradición musical de Disney y en su mayoría funcionan muy bien como técnica para avanzar la trama, siendo el tema “Let it Go”, cantado por el vozarrón de Menzel, el que mayores aplausos arrancará. Sin embargo, las canciones de Robert López y Kristen Anderson López no son tan memorables como han sido las de Alan Menken en las producciones del estudio de las pasadas dos décadas.
Mientras el rol de la heroína cae sobre Anna, eso no convierte automáticamente a Elsa en la villana, subvirtiendo las expectativas de lo que se suele esperar de estos cuentos de hadas. Anna es un personaje fácil de querer, independiente, extrovertida y determinada en su encomienda. Aún cuando el guión la coloca dentro de un innecesario triángulo amoroso entre un amable príncipe y el joven montañés Kristoff, quien la acompaña a buscar a Elsa, para Anna esto resulta secundario –incluso insignificante- cuando su hermana está de por medio.
El resto del largometraje cae más dentro del espectro de lo convencional, con pocas sorpresas y sin trazos que se salgan de las líneas. Los acompañantes de Anna proveen las risas eficazmente mediante el personaje de Kristoff y la manera como este conversa con su reno simulando su voz (invirtiendo el cliché de los animales que hablan), y el adorable Olaf (Josh Gad), el hombre de nieve que sueña con ver el verano aunque este signifique su muerte.Las distintas paradas en el viaje del grupo son predecibles pero siempre amenas gracias al buen desarrollo de los personajes.
La animación computarizada es estupenda, como es de esperarse, proveyendo un colorido canvas rico en tonos azules y paisajes nevados que dan la bienvenida a la temporada navideña, incluso aquí en el trópico. Resulta difícil decir si Frozen se convertirá en un indiscutible clásico de Disney -aunque muchos de mis colegas ya lo han declarado así- pero independientemente de lo que dicte el paso del tiempo, como entretenimiento familiar de calidad no se puede pedir mucho más.
Nota al calce: La proyección de Frozen es precedida por un fantástico cortometraje de Mickey Mouse titulado Get a Horse! que vale por sí solo el precio de admisión. No peco de hiperbólico al decir que es uno de los mejores usos de la tecnología 3D que jamás se haya visto en el cine, combinando la animación tradicional a mano con la computarizada en un divertidísimo tributo al legado de Walt Disney. Así que no llegue tarde a la función.