Fast & Furious 6
La más reciente entrega de la multimillonaria franquicia cinematográfica no supera los logros de su popular predecesora.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 11 años.
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Sería sensato decir que la mayor parte del público asiste a ver las películas de The Fast and the Furious en busca de acción y para divertirse con los personajes que han aprendido a querer a lo largo de seis largometrajes. La trama es lo de menos, una mera excusa para llevar a “Dominic Toretto” y su equipo de súper pilotos de autos (a este nivel sus habilidades son tan increíbles que podrían ser integrantes de The Avengers) de una secuencia de acción a otra.
Uno de los mayores atributos de la franquicia ha sido su capacidad de reinventarse. La cinta original fue prácticamente un remake de Point Break pero con carros en lugar de tablas de surfear; la tercera fue un pasaje de rito de un adolescente aprendiendo a tomar responsabilidad de sus acciones en Tokyo; la quinta fue un filme de atraco al estilo de Ocean’s Eleven. Independientemente de su calidad, todas han sido ligeras en sustancia y abundantes en adrenalina, tal y como deben ser… y debió seguir siendo.
La más reciente entrega, Fast & Furious 6, continúa este patrón de transformación al tomar prestado de las aventuras de espionaje de James Bond, incluso trasladando la acción a Londres. Sin embargo, la trama –esa parte que sería esencial en otro tipo de película- es tan compleja y sin sentido que se convierte en un obstáculo. Al tratar de atar cabos que dejaron sueltos los capítulos tercero y cuarto de la serie, el guión de Chris Morgan se torna innecesariamente rebuscado y estorba el flujo de lo que vinimos a ver en pantalla, entiéndase carros, explosiones, persecuciones, peleas y ridiculísimos actos que desafían la lógica, la inteligencia y ni hablar de las leyes de la física.
Todo eso está aquí, que conste, pero no tan bien hilvanado como en la entretenidísima cinta anterior, Fast Five, que supo mantener un sólido balance entre los planes del atraco y la ejecución del mismo. Furious 6 –según aparece el título en los créditos-, se distrae demasiado en darle forma a un mayor arco narrativo que en realidad jamás necesitó, reintroduciendo la figura de “Letty” (Michelle Rodríguez) quién falleció en la cuarta película, Fast & Furious (los títulos nunca han sido consistentes), y que aquí regresa mediante un mecanismo sacado de las telenovelas.
Tal como si se tratase de un equipo de superhéroes, el filme reúne a la ganga de pilotos para detener a un genérico ultra mercenario (Luke Evans) que desea robar un dispositivo tecnológico con la capacidad de hacer mucho, mucho daño… o algo así. No es importante. “Letty” es parte del equipo de este mercenario tan peligroso que ninguna autoridad de ley y orden o ejército es capaz de capturar. Esto representa un vínculo emocional para “Dominic Toretto” (Vin Diesel) quien accede a realizar la misión para saber cómo su exnovia resucitó. Es precisamente en la búsqueda por esclarecer este misterio que Fast & Furious 6 tropieza, con personajes en pos de información -que ya tenían de antemano- durante periodos demasiado extendidos en el segundo acto de la historia.
El director Justin Lin vuelve a despuntar como una de las mayores fortalezas de la franquicia tras haber dirigido las últimas cuatro entregas. Su manejo de la acción es excelente, recurriendo más a efectos prácticos que computarizados para transmitir emociones que se sienten reales y no fabricadas en un ordenador. Si de algo peca su acercamiento a las excitantes secuencias de acción es de querer filmar la mayoría de noche, lo cual dificulta su apreciación, en particular la escena culminante -dividida en pequeñas mini secuencias- que transcurre en una pista de aterrizaje de aproximadamente 100 millas de largo. Sin embargo, su mayor logro es la absurda persecución que la antecede, a través de una autopista en España, la cual contiene una de las mayores carcajadas que usted tendrá en el cine este año.
Fast & Furious 6 arranca con impulso, volviéndonos a aclimatar con estos personajes que ya conocemos al derecho y al revés, aunque cabe mencionar que la ausencia de Tego Calderón y Don Omar como el alivio cómico dejó un cierto vacío en este capítulo. Desafortunadamente, la película sufre a mitad de desperfectos mecánicos de los cuales no se recupera totalmente. Cuando por fin regresamos a la ridícula diversión, el daño ya está hecho. Eso sí: los segundos finales resultan sumamente efectivos en asegurar que regresaremos para la séptima, que no sólo promete ser buena por la sorpresa que esconde este final, sino porque hasta ahora los capítulos impares han sido los mejores… como bien prueba éste.