A Steven Spielberg se le suele acusar –a veces injustamente- de ser un director propenso al sentimentalismo. No pienso refutarlo, aun cuando considero que el calificativo no aplica a toda su filmografía y que el mismo no es inherentemente negativo. El aclamado cineasta sí tiende a hacer películas azucaradas, con finales felices que transmiten alegría a los espectadores, pero ese es su estilo y está en el DNA de su filmografía. Sencillamente se le ama  o se le odia.

Pertenezco a los cinéfilos que admira en grande la obra de este ícono del séptimo arte. Sin embargo, cuando veo algo como War Horse, su más reciente largometraje, comprendo las quejas de sus detractores, en particular la manipulación dirigida a forzar una reacción emocional en el público –mayormente lágrimas- en la que sí se siente la mano del director apretando los corazones del espectador.

Este aparente objetivo no había sido tan obvio y fácil de alcanzar para Spielberg que en esta nueva épica bélica protagonizada por un caballo, posiblemente el equino más sufrido del cine desde el burro de Au Hasard Balthazar (1966). El argumento se basa en la novela homónima de Michael Morpurgo, adaptada al cine por los guionistas Lee Hall y Richard Curtis, y en la que se cuenta la historia de un caballo desde su nacimiento hasta su participación en la Primera Guerra Mundial.

De manera muy similar a la narrativa de The Red Violin, la trama se divide en pequeñas historias de acuerdo a quién es el dueño o la persona que acompaña al caballo, llamado “Joey”, a lo largo de su vida. Durante sus primeros años pertenece a “Albert” (Jeremy Irvine), un adolescente hijo de un granjero en Inglaterra que lo entrena y lo quiere como a su mejor amigo. “Joey” es de vital importancia para el futuro de su familia ya que debe aprender a arar la tierra a pesar de que no es un caballo hecho para ese trabajo.

Estas escenas, que componen el primer acto del filme, son las más difíciles de digerir. Aún cuando es evidente por los paisajes, las tomas de cámara y el estilo de actuación del elenco que Spielberg está rindiendo tributo a la era dorada del cine –particularmente el cine de John Ford- el tono es sumamente zalamero, pero eso llega a su fin con el anuncio del comienzo de la guerra y la forzosa despedida entre “Albert” y “Joey” cuando éste es vendido a un sargento del ejército inglés.

Aunque nunca abandona por completo los aspectos más tiernos de la historia, de este punto en adelante sí hay un mejor balance entre ellos y la crudeza del conflicto bélico. Spielberg se ha más que probado como un director capaz de presentar los horrores de las guerras, y aquí no es la excepción. “Joey” pasa de dueño en dueño hasta llegar a la Tierra de Nadie entre las trincheras de los ejércitos franceses y alemanes. Es aquí donde el cineasta expone tanto las atrocidades de las que son capaces los hombres como la humanidad que surge en los momentos más inesperados.

En términos técnicos el largometraje es asombroso. La dirección de Spielberg es increíble, en especial en su manejo de una secuencia de acción que se desarrolla en las trincheras, mientras que sus viejos colaboradores, el cinematógrafo Janusz Kaminski y el editor Michael Kahn, realizan labores impecables en sus respectivos departamentos. Si tan sólo el argumento fuese mejor y la manipulación menos explícita. War Horse es un admirable esfuerzo que, aunque un trabajo menor dentro del canon del cineasta, es mejor que la mayoría de las producciones del año.