
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 12 años.
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Cuando estrenó a finales de enero de 2008 -fecha que los estudios utilizan para sacar sus peores propuestas del año y/o despachar las sobras del anterior-, Taken se convirtió en todo un éxito. Con un presupuesto de $25 millones, la película recaudó $226 millones alrededor del mundo, por lo que el paso a seguir por parte de 20th Century Fox era obvio: pedir una secuela.
Cuatro años después, nos llega Taken 2, un filme que a leguas se nota reciclado, producto de la maquinaria de Hollywood que busca que el rayo caiga dos veces en el mismo sitio (y, juzgando por los $50 millones que ganó en su primer fin de semana, así fue). Sin embargo, ya no existe la novedad de ver a Liam Neeson transformarse con convicción en una estrella de acción, papel que usualmente no se lo dan a actores que rondan los 60 años.
Por sus avances, Taken parecía ser una genérica cinta de acción –y lo es- pero fue una excelente cinta genérica de acción, competentemente dirigida por Pierre Morel, y con la tremenda actuación de Neeson como el glaseado en el bizcocho. A pesar de que en la secuela el guión de Luc Besson y Robert Mark Kamen intenta justificar el hecho de que la familia protagónica tenga que volver a ser víctima de un secuestro, el resultado es por momentos risible, la mayoría del tiempo tedioso, y jamás entretenido.
Neeson vuelve a interpretar a “Bryan Mills, el retirado agente de la CIA que -en la primera película- rescató a su hija, “Kim”, (Maggie Grace) de unos traficantes de prostitutas albanos. A sus 29 años, Grace tiene la absurda tarea de volver a encarnar a una joven inmadura, que aún no sabe ni conducir bien -al menos hasta que el filme así lo requiere en una pésima secuencia de acción-, y obligada a esconderse de papi para verse con su novio. Aunque, en su defensa, yo también quisiera que me escondieran de Neeson.
La ex esposa de “Mills” –interpretada nuevamente por Famke Janssen- está teniendo problemas con su nuevo marido, por lo que “Mills” sugiere que ella y “Kim” se vayan con él por unos días a Estambul para relajarse. Mientras, los familiares de todos los albanos que “Mills” mató en Taken, liderados por la actuación de Rade Serbedzija (candidato al reconocimiento “villano más inofensivo del 2012”), aprovechan el regreso del ex agente de la CIA para cobrar venganza contra él y su familia.
En esta ocasión, sólo los exesposos son secuestrados. Hay incluso una escena en la que “Bryan” tiene que repetir una llamada con su hija muy similar a la memorable e intensa secuencia que arrancó con la acción en Taken, pero que aquí su ejecución raya en la parodia. En el mejor momento (o, quizá, el menos malo) de todo el filme, “Bryan” guía a “Kim” hasta el lugar donde están detenidos mediante el uso de una técnica completamente increíble, pero ingeniosa y efectiva.
Eso es lo único que el director Olivier Megaton –cineasta detrás de la terrible The Transporter 3 y la mediocre Colombiana- logra hacer bien en todo el largometraje. El resto son una serie de incomprensibles y aburridas secuencias de acción en las que la cámara no se está quieta, colocada demasiado cerca de los sujetos como para apreciar lo que está sucediendo en pantalla, y entorpecida por una maniática edición que apenas permite que un corte se prolongue más allá de dos segundos.
Pero a pesar de que no sirve, el hecho de que Taken 2 haya duplicado el recaudo en taquilla de Taken en su primer fin de semana, prácticamente asegura que habrá otra secuela, posiblemente con uno de esos títulos “creativos” de los estudios como Tak3n. Mientras Neeson ha dicho públicamente que no ve un escenario posible para volver a encarnar a “Bryan Mills”, algo que sea creíble para el espectador, la realidad es que, en vista del éxito de esta secuela, “creíble” es lo que menos le preocupa al público.