
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 13 años.
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El personaje principal de la soberbia película Shame, un exitoso y atractivo ejecutivo, observa a las mujeres como un león a una gacela. Son presas que cumplen un sólo propósito: satisfacer su necesidad de la misma forma que un drogadicto requiere de su cura. La jungla en este caso es Nueva York, escenario de innumerables producciones, que bajo la incisiva y calculada dirección de Steve McQueen, aparenta ser la ciudad más solitaria en la faz de la Tierra.
Antes de incursionar en el séptimo arte, McQueen era un artista visual, lo cual se aprecia tanto aquí como en su primera cinta, la estupenda Hunger, que a pesar de su tétrica narrativa dentro de una deprimente prisión, halló la manera de resaltar la belleza donde no debía existir. En Shame ocurre lo mismo, con una fotografía espléndida que sirve de contrapunto a un argumento difícil y oscuro. Un tabú que rara vez –por no decir nunca- se ha tratado en el cine.
Mientras transita en el subway, “Brandon Sullivan” –interpretado magistralmente por Michael Fassbender- se fija en una mujer. Ella, modestamente, le corresponde el gesto con una sonrisa. Al principio el deseo parece ser mutuo, instintivo, animal. Pero cuando su mirada de depredador no se aparta de ella, el momento se transforma de un inofensivo coqueteo a una amenaza.
McQueen filma esta secuencia, y muchas otras, sin necesidad de diálogo. Permite que el lenguaje corporal, las miradas, lo que no se dice, hable por sí solo, como en otra memorable escena en la que un personaje interpreta el clásico de Frank Sinatra “New York, New York”. El popular tema es utilizado con ironía por el director al aplicarle un tono melancólico que expresa una profunda tristeza e ilusiones corrompidas, visible tanto en el rostro de quien la canta como el que la escucha.
Cuando “Brandon” solicita el servicio de una prostituta, es evidente que es algo que realiza a menudo. La chica llega a su casa y de inmediato le entrega el dinero y le muestra dónde está la recámara. Él no está interesado en hablar con ella y en crear una falsa atmósfera de normalidad. Se siente incómodo dentro del típico ritual de las citas: salir a comer, ir al cine, hablar de sí mismo. La intimidad no le importa. Su adicción es el sexo, vicio del que no puede escapar. Contrario a un alcohólico, que puede evitar ir a una barra, para él la tentación está en todas partes.
La primera vez que lo vemos, “Brandon” yace inmóvil sobre su cama, con la mirada perdida, cual si fuera un cadáver. La muerte se mantiene en sus ojos a lo largo de la película. Es un hombre que parece incapaz de sentimientos, esclavo de su depravada rutina, lo cual lo hace un protagonista complicado para el público al no tener cualidades que lo rediman. Sin embargo, Fassbender trabaja la máscara con maestría y por instantes alcanzamos ver la humanidad que ha sepultado detrás del vicio que ahora lo atormenta.
Su rutina diaria de masturbarse, ver pornografía y tener relaciones sexuales con alguna mujer –no necesariamente en se orden- se ve interrumpida por la llegada de su hermana, “Sissy”, encarnada por Carey Mulligan en una valiente y sumamente vulnerable actuación. Aunque nunca es deletreado por el guión de McQueen y Abi Morgan, entre los hermanos se percibe un pasado sombrío, traumático y lleno de malos recuerdos que aún los agobian y los han convertido en quienes son actualmente.
Fassbender y Mulligan son excepcionales y sus actuaciones se amplifican por la dirección de McQueen, un maestro de la composición que se inclina por las tomas largas e ininterrumpidas para transmitir las emociones de sus personajes. Su técnica es una de observación. La relación entre “Brandon” y “Sissy” se desarrolla mayormente mediante el incómodo comportamiento entre ellos. Poco se dice pero mucho se expresa. Recae en el espectador llenar los blancos por las claves que se ofrecen, como cuando “Sissy” le dice a su hermano: “no somos malas personas, sólo venimos de un mal lugar”.
Esta es la primera película en mucho tiempo en recibir la clasificación de NC-17, una que se le aplica a producciones con fuerte contenido sexual o violento, pero no se deje engañar. Shame tendrá escenas explícitas, pero no es erótica. Su propósito no es provocar al público. Es un filme sumamente crudo y a la vez admirable por cómo presenta su delicado argumento sin tapujos. Y en cuanto a la violencia, también la hay, aunque es una de naturaleza autodestructiva, lo que la hace aún más trágica.