Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 14 años.
PUBLICIDAD
Cuando la mente del gran Pedro Almodóvar gravita hacia lo oscuro, los cinéfilos tenemos que estar preparados para cualquier cosa. En su filmografía no existe tema que sea tabú. La piel que habito, el más reciente filme del aclamado cineasta español, es su propuesta más perversa y retorcida desde Matador. Quienes han visto esa película de 1986, y recuerdan vívidamente su inolvidable desenlace, sabrán exactamente a lo que me refiero.
En su mejor trabajo desde la extraordinaria Hable con ella, en el 2002, Almodóvar se va por el camino de lo macabro, creando una historia de terror que hace más de medio siglo pudo ser protagonizada por el “Dr. Mabuse” de Fritz Lang. Basándose en la novela Tarántula, de Thierry Jonquet, el profundamente perturbador guión de Almodóvar cobra vida en pantalla por medio de su incomparable estilo cinematográfico y la magistral actuación de Antonio Banderas, su “Victor Frankenstein”, con quien regresa a trabajar 22 años tras el estreno de Átame.
La historia no podría acoplarse mejor a las sensibilidades que distinguen el canon de Almodóvar: la identidad sexual, las tragedias, el melodrama, las relaciones materno-filiales, el sadomasoquismo y los trastornos sin resolver del pasado que siempre presagian lo que depara el futuro. Sólo que aquí, contrario a la mayoría de sus largometrajes, el humor que sirve de respiro no está presente. No hay espacio para reír, sólo para quedarse atónito y boquiabierto por los giros que van delineando la trama.
Banderas interpreta al doctor “Robert Ledgard”, especialista en cirugía plástica, cuya esposa murió hace años luego de sobrevivir un accidente de tránsito en el que quedó calcinada. En su enorme mansión, escondida en una muy espaciosa y lujosa habitación que sirve de celda, mantiene cautiva a “Vera” (Elena Anaya), una guapísima mujer a quien vigila por medio de televisores, algunos tan grandes como las enormes pinturas que adornan sus paredes. "Vera" es el conejillo de india con quien experimenta médicamente para crear una piel artificial resistente al fuego.
Desde el principio es evidente que “Robert” vive enajenado de la realidad, un sociópata incapaz de discernir entre el bien y el mal. Nunca conocemos al hombre que era antes de la muerte de su esposa, por lo que se presume que la tragedia lo convirtió en quien es ahora. Su relación con “Vera” es un misterio, el gran enigma que hay que resolver. “¿Quién es?” y “¿cómo llegó allí?” son tan sólo dos de las preguntas que Almodóvar va contestando lentamente cuando nos devuelve al pasado de ambos y descubrimos los impactantes secretos.
La fantástica música de Alberto Iglesias es un componente esencial de la propuesta e indispensable para la aterradora atmósfera que ayuda a manifestar. La banda sonora evoca a la de Bernard Herrmann en Psycho, nada sorprendente debido a la gran admiración de Almodóvar por el cine de Alfred Hitchcock. En muchas de las escenas, los incesantes violines que se encargan de transmitir las emociones de los personajes, particularmente las de “Robert”, a quien Banderas encarna con una frialdad escalofriante y un rostro inexpresivo.
Por su parte, la radiante presencia de Anaya le imparte al filme la ferocidad que sirve de contrapunto al estoicismo de Banderas. Su relación se divide por momentos entre verdugo y víctima y en otros como apasionados amantes. Juntos o por separado, la pareja de actores da el máximo con un material emocionalmente difícil, en especial para Anaya, cuyo trabajo aquí es tan valiente e inhibido como lo ha sido a lo largo de su carrera.
Del mismo modo que “Robert” va construyendo una nueva capa de piel sobre “Vera”, tal como si fuera un rompecabezas, la trama está fragmentada en piezas que el espectador debe ir ensamblando. Los viejos admiradores de la obra de este renombrado auteur español quizás podrán anticipar hacia dónde se dirige la historia, pero esto no le resta efectividad. En todo caso abona a ella, porque aunque podrían estar mentalmente preparados para lo que va ocurrir, no es lo mismo llamar al diablo que verlo venir, y Almodóvar nunca deja nada a la imaginación.