Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 14 años.
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De entre las sensibilidades del cine europeo, el neón pop de los 80 y las tramas criminales que fueron prominentes en esa década, nace Drive, el extraordinario filme del cineasta danés Nicolas Winding Refn, quien aquí alcanza la máxima expresión de sus destrezas detrás de la cámara con una película impregnada de estilo. Su dirección es precisa, meticulosa y –sobre todo- económica. No hay una sola escena de más. Todo lo que plasma en pantalla es indispensable para la efectividad de su propuesta.
La irresistiblemente intensa atmósfera del largometraje se establece desde el principio por medio de su protagonista, interpretado magistralmente por Ryan Gosling, a quien se le conoce simplemente como “Driver”, nombre genérico que no sólo recuerda al anónimo antihéroe de los spaghetti westerns de Sergio Leone, sino que describe de la manera más pura su función en la vida: guiar. De su pasado no conocemos nada. El desarrollo del personaje se manifiesta por medio de sus acciones y a través de ellas es que vemos al hombre que era antes. Aunque, como descubriremos, nunca lo dejó de ser.
Además de poner su impresionante talento tras el volante al servicio de las producciones de Hollywood, “Driver” acepta trabajos clandestinos en los que ayuda a criminales a escapar a toda velocidad luego de cometer sus fechorías. Como muestra indiscutible de sus habilidades tenemos una de las primeras secuencias del filme -impecablemente dirigida al ritmo de la pulsante e increíble banda sonora compuesta por Cliff Martínez- en la que evade a las autoridades por las calles de Los Ángeles con una maestría casi sobrenatural y sin que parezca haber sudar una gota.
El amor es el detonante que altera su particular estilo de vida. Sin buscarlo, sin quererlo –como suele suceder- se enamora de su vecina, “Irene”, encarnada por Carey Mulligan, y de su hijo, fruto de su matrimonio con un hombre que está tras las rejas. Luego de lo que parecen ser varias semanas de cortejo, el esposo de “Irene” sale de prisión. Mientras el impávido “Driver” se resigna a suprimir aún más sus emociones, la amenaza de unos antiguos cómplices del marido hacía “Irene” y su hijo por el cobro de una deuda, lo fuerzan a tomar cartas en el asunto, o -mejor dicho-, un martillo en sus manos.
La trama de Drive no podría ser más simple. Incluso, se le podría tildar de genérica. En manos de Refn, sin embargo, este argumento tan similar al de múltiples dramas criminales trasciende las limitaciones del género. Es un claro ejemplo de estilo sobre sustancia -eso es incuestionable- pero un estilo capaz de elevar el material por encima de sus convencionalismos. Refn es un director consciente del valor del silencio para provocar tensión y hace uso de éste a lo largo de Drive para permitirnos admirar las estupendas imágenes, deleitarnos con la genialidad de las actuaciones o simplemente como preámbulo a un fulminante estallido de violencia.
La otra pieza esencial de esta producción es Gosling, quien con su metódica y restringida actuación evoca al personaje encarnado por Alain Delon en el clásico de Jean-Pierre Melville, Le Samourai, película de 1967 a la cual Drive rinde tributo con su deliberado ritmo narrativo, entre otras cosas, al mismo tiempo que se nutre de las cualidades de la filmografía de Michael Mann y su amor por la ciudad de Los Ángeles. Gosling está en completo control en todo momento y –aunque no se obvio- su personaje sí atraviesa una transformación -muy similar a la del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde- que al principio tan sólo es acentuada por sutilezas, pero luego se hace evidente sanguinariamente.
Imperdonable sería terminar de elogiar los atributos de Drive sin exaltar la actuación de Albert Brooks, quien aquí se aparta totalmente de los personajes cómicos que han regido su carrera para interpretar a un mafioso con hielo por sangre. Su papel es intimidante aún cuando trata de no serlo, como observar a un depredador vigilando a su presa, esperando en todo momento el instante en el que atacará. Igualmente loable es el trabajo de Ron Perlman, como uno de sus secuaces, y Bryan Cranston, quien hace del amigo y jefe de “Driver”.
Aún cuando sería muy fácil hacer una larga lista de todas las películas que claramente influenciaron a Refn, Drive logra distinguirse muy por encima de los estrenos contemporáneos, donde la pantalla grande tiende a ser colmada de información visual independientemente de su valor artístico. A veces menos, es más. Un concepto prácticamente alienígeno para la mayoría de los directores comerciales de Hollywood, pero uno que continúa siendo una de las mayores virtudes del cine independiente y –en especial- del que proviene del Viejo Mundo, donde aún existe una gran apreciación por el silencio y el espacio negativo dentro de una composición cinematográfica.