Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 7 años.
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La franquicia de Cars nunca ha sido la favorita de los críticos, quienes solemos adular prácticamente todo lo que sale de Pixar. En un lado del espectro está la estupenda trilogía de Toy Story, cerca del punto medio están ambas cintas de Monsters Inc., y en el extremo opuesto están las de Cars, producciones que parecen más preocupadas con vender juguetes que en impulsar el ideal del estudio de ofrecer entretenimiento para toda la familia, pero enfocado en elevar el arte de contar historias.
Como herramienta de ventas, la verdad es que han sido sumamente exitosas. Esto me consta porque en mi casa hay mucha mercancía con la imagen de “Lightning McQueen”, y si los miles de millones de dólares generados por la venta de carritos contribuyen a la producción de proyectos más ambiciosos, como Inside Out o Wall-E, que para bien sea.
Mientras la película original del 2006 tuvo su discreto encanto, la secuela del 2011 tiene la distinción de ser el único estreno de Pixar en obtener una calificación de “podrido” de Rotten Tomatoes –una más que merecida-, por lo que no se esperaba mucho de la tercera entrega, que llega hoy a los cines. Las bajas expectativas se suman a los encomiables aciertos de la producción (y al apego de un padre por los personajes que significaron mucho para su hijo) para hacer de Cars 3 una experiencia bastante llevadera, que logra superar la baja curva establecida por sus predecesoras corrigiendo las fallas de la desechable secuela al retornar a las raíces de la serie, reestableciendo la acción en la pista de carreras y enfocándose en el desarrollo de su protagonista.
Estructuralmente, el libreto toma prestado de múltiples dramas deportivos, pero principalmente Rocky III, por lo que la originalidad no es su norte. En lugar de un campeón boxístico más maduro que se ve superado por un retador jovencito y más fuerte, tenemos a “McQueen” (Owen Wilson) perdiendo carrera tras carrera mientras ve cómo la pista se va llenando de carros más modernos, aerodinámicos y con avances tecnológicos. Su marca es comprada por un magnate que creció viéndolo competir y desea devolverle sus años de gloria, por lo que lo pone a entrenar con “Cruz Ramírez” (Cristela Alonzo), una coach que también es su fan y que alguna vez soñó con competir en las carreras de circuito.
El cambio de escenario del desierto de Arizona a las playas de Florida, deja al margen prácticamente todos los otros personajes de la serie, entre ellos “Mater”, muy popular entre los niños, pero tan irritable como “Jar Jar Binks” en Star Wars, así que su exclusión resulta bienvenida. La animación está a la altura de las más recientes obras de Pixar, con una increíble atención al detalle que se yuxtapone a los dibujos más caricaturescos de los carros antropomorfos que habitan este mundo tan familiar pero extraño a la vez. El balance entre la acción y la comedia está muy bien manejado, y el uso de la voz del fenecido Paul Newman –quien prestó su voz al personaje de “Doc Hudson”- gracias a cortes inéditos que grabó en el 2005, dota la película con un aire de melancolía que se asienta muy bien sobre el tono de la historia.
Si bien no se esmera por reinventar la trillada fórmula, al final Cars 3 sí logra sorprender. El arco del viejo campeón que se esfuerza para regresar a su “peak” y apuntarse un último triunfo ha sido contado hasta la saciedad, pero el director Brian Fee –en sustitución de John Lassetter, quien dirigió las dos entregas anteriores- halla la manera de llegar al mismo final pero con algo que lo distingue. Motivada por la creciente equidad de género que se ha visto en todas las producciones de Disney, la resolución no solo satisface el argumento central de la trama, sino que también sirve como un pase de batón que muy bien podría redundar en más secuelas y, claro, impulsar la venta de más juguetes, ahora para ambos sexos. Con las películas de Cars, el arte siempre va estrechamente de la mano de los negocios.