Cabe la posibilidad de que Burnt, película acerca de –entre varias cosas- la redención de un famoso chef, haya comenzado como una trilogía, pero al percatarse que no había salida para una saga culinaria protagonizada por Bradley Cooper, decidieron comprimir la trama de tres películas en una. El resultado es un filme que parece irse en tantas direcciones que ninguna resulta satisfactoria, como si –por aquello de usar una analogía apropiada- hubieran echado en un caldero una variedad de ingredientes con la esperanza de que al final el plato supiera bueno.

En el centro de esta tragicomedia tenemos a “Adam Jones” (Cooper), un chef con aires de prima dona que destruyó su carrera con una fatal combinación del consumo desmedido de drogas y su colosal ego. Tras varios años en el exilio –léase Nueva Orleans, sacando exactamente un millón de ostiones de sus conchas como acto de penitencia-, “Adam” retorna a Londres con miras a redimirse ante los ojos de la gastronomía mundial, capitaneando la cocina de un nuevo restaurante con el único objetivo es recibir las codiciadas tres estrellas Michelin que solo le otorgan a los mejores del mundo.

Suena bien, ¿no? Suficiente argumento para sostener una entretenida película. Algo así como lo que hizo el director Jon Favreu hace dos años con Chef, donde tomó una sencilla trama y se enfocó en los simples placeres de la buena comida. No hay por qué complicar las cosas. El guionista Steven Knight, sin embargo, no comparte este pensamiento.

En su segundo drama culinario en menos de dos años, Knight comete los mismos errores que plagaron su azucarado drama The Hundred-Foot Journey, colmando la historia de tantas subtramas que el argumento central se diluye y pierde relevancia narrativa. Alrededor del camino a la redención de “Adam”, Knight inserta su batalla con la sobriedad, una tonta disputa con dos mafiosos a quienes les debe dinero, la reñida competencia contra un antiguo colega que ahora es un chef famoso, la resolución de un viejo romance, el desarrollo de otro nuevo con una chef interpretada por Sienna Miller y la atracción prohibida que siente el maitre d’ hacia él. Estoy seguro que se me quedan más, pero verán el problema.

La actuación de Cooper es tan inconsistente como la coherencia narrativa, pasando de una escena a otra de lo introvertido a lo extrovertido. El actor de American Sniper domina las primeras pero resulta dolorosamente sobreactuado en las segundas, tanto así que en un momento en el que pierde la cordura y su personaje sufre una recaída, en lugar de dar pena lo que su actuación transmite es risa. Es probablemente una de los trabajos más deficientes de su carrera.

Y es una pena, porque de haber elegido una de las 20 historias con las que infectivamente hace imposibles actos de malabarismos, Burnt pudo haber sido bastante llevadera. El director John Wells se encarga de envolvernos en el ambiente de la cocina y presenta los platos con tal gusto que abren el apetito. Los ingredientes esenciales ciertamente estaban presentes. Aquí la culpa fue de los chefs.