Baby Driver
Edgar Wright nos regala buen cine, estupenda música y entretenimiento a granel.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 7 años.
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La música siempre ha sido un componente esencial en la filmografía de Edgar Wright. En Baby Driver, es la sangre que corre por sus venas.
Poco ocurre en el energético nuevo filme del director británico sin que se escuchen los acordes de una de la treintena de canciones que componen la ecléctica selección hecha por Wright para acompañar su oda a películas como The Driver, Bullit, The Italian Job y Vanishing Point, recordadas –entre otras cosas- por sus fantásticas persecuciones automovilísticas. Desde Barry White y Simon & Garfunkel hasta Beck y T. Rex, no hay disparo, estallido, beso o frenazo que no esté editado al ritmo de uno de sus éxitos. El que no pueda ser catalogada como un musical solo se debe a que ningún personaje comienza a cantar de la nada en medio de un atraco.
Tan integrada está la música en la médula del largometraje que su protagonista prácticamente necesita de ella para funcionar. “Baby” (Ansel Elgort) es un experto chofer (descrito como el “Young Mozart of Go-Karts”) encargado de llevar a los ladrones a los lugares que asaltan y ponerlos a salvo durante los asedios de la policía. Un trauma de la infancia –tanto físico como emocional- le dejó como cicatriz el padecimiento conocido como "tinnitus", por lo que ahora se la pasa enchufado a uno de sus múltiples iPods para no escuchar el zumbido constante en sus oídos.
Al igual que muchos otros criminales de la pantalla grande, “Baby” quiere abandonar su peligroso oficio, pero su patrón –interpretado por Kevin Spacey con el sardónico sentido del humor que es su especialidad- lo obliga a regresar tras creer que ya estaba fuera del bajo mundo. La trama no pare más, pero tampoco necesita por qué hacerlo. La efectividad de películas como Baby Driver penden de la ejecución de su acción, y en este departamento Wright no decepciona.
Desde la excitante persecución con la que abre la película, el director exhibe pleno dominio de sus destrezas a través de un agudo sentido de espacio que permite seguir y disfrutar la acción claramente, sin la errática edición ni dependencia de efectos digitales que plaga tantas producciones modernas. En Baby Driver, lo que ve es lo que hay. Wright recurre a efectos prácticos, stunts y su usual talento para la edición para coreografiar tiroteos y huidas sobre ruedas que poseen gravedad, humillando a toda la serie de The Fast & The Furious y otras películas de esa índole.
Si de algo sufre el estreno de hoy es de dejar al público con las ganas de una persecución de carros más. El desenlace no resulta tan emocionante como todo lo que vino antes, aunque si amarra el argumento satisfactoriamente. Cabe destacar la labor de Elgort en un papel que no le exige un mayor rango histriónico y que aun así logra cargar con la película entera, particularmente en las escenas romanticonas junto a Lily James, con quien entabla buena química.
Estrenos como Baby Driver son una especie en peligro de extinción: producciones de estudio de mediano presupuesto, originales, no por que nunca se haya visto nada similar, sino porque no son una adaptación, remake o secuela, hechas por cineastas comprometidos con su arte. En este nivel, ninguno iguala o supera a Wright, quien se ha convertido en el auteur del cine de género. Ya sea trabajando dentro del horror (Shaun of the Dead), acción (Hot Fuzz), ciencia ficción (The World’s End) o adaptando un cómic (Scott Pilgrim vs the World), sus películas no se conforman con ser puro escapismo En ellas se observa el conocimiento de un director enamorado del medio y enfocado en dejar su huella en él. Este “mixtape” que llega hoy al cine es una prueba más de ello, ofreciendo una clase de cine, estupenda música y entretenimiento a granel.