Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 12 años.
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El otro día estaba dando una caminadita por el pueblo de Rincón y pasé por una calle donde había dos vehículos estacionados al frente. No sé cuál de los dos estaba más destartalado. Pero lo más que me llamó la atención es que ambos estaban cubiertos para protegerlos del sol, uno de ellos con una sábana amarrada al techo, como forrándolo, y el otro por un toldo que claramente valía más que el carro que estaba cubriendo.
La forma en que estaban protegidos me decía que, independientemente de lo viejos y feos que estaban esos carros, para los dueños tenían suficiente valor como para querer mantenerlos con vida por un ratito más.
La escena me recordó lo relativo que es todo en la vida. Lo que para una persona puede no valer absolutamente nada, para otra puede serlo todo. Pienso que en entender estas diferencias y en respetar los valores de cada cual, aun cuando no estemos de acuerdo con ellos, estriba el secreto de la paz y la convivencia saludable.
Y este ejemplo lo podemos llevar inclusive a nuestras relaciones interpersonales. Generalmente damos amor, cariño o atención esperando que nos sea recompensado en la misma forma. Pero no nos damos cuenta de que, al esperar que otros nos devuelvan exactamente lo que damos, les abrimos la puerta a la decepción y al dolor que generalmente la acompaña. Si tú eres de los que dan un 10 en todas tus relaciones, siendo 10 el máximo, es injusto que esperes lo mismo de los demás. Puede ser que alguien, aun apreciándote mucho, no pueda darte más de un cinco. Pero de la misma forma que el dueño de ese carro todo mohoso lo cuida como si fuera un Mercedes del año, esa persona te está dando lo que más vale para ella, lo máximo.
Piensa en esto cada vez que sientas que otros son injustos o malagradecidos porque no dan lo que tú esperas. Ellos pueden estar dándote todo lo que tienen.