Hace dos semanas tuve la oportunidad de participar por primera vez en la convención de la Cámara Hispana de Comercio en la ciudad de Orlando. Era la primera vez que llevaba una charla de motivación, mis libros y mi CD de meditaciones fuera de Puerto Rico. Fue un gran reto personal, y profesional además de una oportunidad maravillosa de redescubrir lo mucho que tenemos en común todos los hispanos.

Tuve la oportunidad de hablar con cientos de personas durante los tres días de la convención. Tengo que confesar que la mayoría de las personas que pasaron por mi booth eran boricuas, que al verme se sentían como si se hubiesen encontrado con una amiga de muchos años. Mis primeras preguntas para ellos eran generalmente “¿cuánto tiempo llevas aquí?” y “¿qué te motivó a mudarte a la Florida?” Entre las respuestas más comunes que recibí estaban: “Mi hijo tenía unas necesidades especiales y aquí hay muchas más oportunidades”; “Quería darles la oportunidad a los nenes de que aprendieran buen inglés”, “Quería una mejor calidad de vida para mis hijos”; “Mi hija (o hijo) me mandó a buscar porque le hacíamos falta”; “Mi esposo quería retirarse a un lugar tranquilo así que me trajo para acá”.

Las respuestas podían variar, pero la motivación detrás de sus razones era, generalmente, la misma: me movió mi deseo de hacer feliz, o más feliz, a otro. Excepto por una que otra persona que me confesó que no le gustaba para nada aquello y pensaba regresar pronto a Puerto Rico o al que fuera su país de origen, la mayoría entendía que a pesar de todo se quedarían allí por ahora. Se quedan “a pesar de que” allá “uno se siente tan solo”, que le “hace falta el calor de la gente de uno”, que “no tengo casi amistades”, o que “vivimos de la casa al trabajo”,

Me gustaría que la próxima vez que comencemos a quejarnos de lo “difícil que es la vida en Puerto Rico” y lo “egoísta que es la gente aquí” pensáramos por un momento en la otra parte de nosotros que no vemos. Nos olvidamos de que somos capaces de sacrificar cosas que valoramos muchísimo con tal de hacerles la vida más fácil a otros, ya sean nuestros hijos, nuestras parejas, o nuestros padres. Nos olvidamos de que somos gente buena, orgullosos de nuestras raíces y con un deseo enorme de pertenecer a algo, de ser parte de algo más grande donde podamos ser útiles a los demás.

Nos olvidamos de lo mucho que valorizamos la interacción y el contacto humano. A uno le parece que todo el mundo es igual, pero no es así, no todas las culturas aprecian aquello que para nosotros es importante. Desde acá la grama del vecino se ve más verde, todo lo que sea de “allá afuera” parece ser mejor que lo que tenemos, y en muchas ocasiones esa percepción no nos permite darnos cuenta de nuestros pequeños tesoros.

No importa si te quedas o te vas, lo importante es que desarrolles la capacidad de reconocer eso tan preciado que tienes delante de ti. Sólo tú sabes lo que es importante en tu vida. Lo que te empuja a irte puede ser lo mismo que empuja a otro a regresar. Vamos y venimos siempre buscando algo mejor. Pero si no reconocemos lo que ya tenemos, dondequiera que estemos, vamos a pasarnos la vida buscando, soñando con irnos, para después soñar con volver. Yo me siento bien orgullosa de todos aquellos que tienen el valor de buscar un mejor futuro. Espero que ellos se sientan orgullosos también de lo que dejaron atrás.