Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 18 años.
PUBLICIDAD
Les escribo desde el vuelo de regreso a Puerto Rico después de una semana en las montañas de Colorado. No fui a esquiar, sino a refugiarme en un centro de meditación donde me uní en retiro a un grupo maravilloso de personas para meditar y estudiar sobre el proceso de la muerte y cómo podemos ayudar a otros a morir y a vivir en paz.
La mayoría de los presentes eran profesionales de la salud. Una de las compañeras, quien labora en un hospicio, narró lo que sintió la primera vez que estuvo presente en el momento en que se le anunció a una familia que su ser querido había muerto. Ella no sabía lo que había ocurrido ni que el médico iba a hacer ese anuncio frente a ella. “Sentí un dolor terrible, como si fuera una copa que se rompe en mil pedazos. No sabía qué hacer, ni qué decir, ni siquiera qué sentir.”
A pesar de que esto ocurrió hace años, todavía hoy esta mujer recuerda ese momento como uno de los más dolorosos de su vida. Jamás el dolor de otros la había tocado así.
Pero fue a raíz de esa vivencia que posiblemente nació en ella el deseo de buscar un alivio para el dolor, el suyo, y el de los demás. La copa tiene a veces que romperse, como bien nos dijo una de las facilitadoras del curso, para que lo que estaba escondido adentro pueda salir. En este caso salió la compasión, pero también el miedo a la muerte, y a perder a aquellos que amamos.
En el proceso de los siete días que pasé con este grupo se nos rompieron muchas copas que dejaron salir miedos, apegos, corajes, y necesidades de perdonar y pedir perdón. Pero también salieron torrentes de amor incondicional, de compasión y de deseo de hacer una diferencia en el mundo. Ya al tercer día estaba casi deshidratada de tanto llorar. Me parece que todos fuimos bien entusiasmados pensando en las herramientas que íbamos a adquirir para ayudarnos a sanar a otros. Y nos encontramos con que para poder dar verdadero apoyo a otros cuando se rompen en mil pedazos, es necesario comenzar por romper nuestras propias copas para trabajar con lo que sale de allí.
Enfrentar la muerte es sólo una de las muchas situaciones que nos pueden romper la copa. Un divorcio o rompimiento amoroso, un despido, un diagnóstico médico, la traición de un amigo, o la quiebra de un negocio, cualquiera de estas experiencias nos puede quebrar por dentro. De repente sientes como si no supieras quién eres. Pero en realidad te encuentras, porque hay algo que se libera, y ese algo, esa parte transparente de nosotros, siempre sabe hacia dónde va. Una vez se ha perdido algo, lo primordial es buscar con qué lo reemplazamos, pero lo que sea, tiene que venir de adentro.
A mí se me han roto unas cuantas copas a través de la vida, y estoy segura de que me faltan muchas más. Pero hoy no las siento como pérdidas, al contrario, mientras menos copas, vasos, y envases, más libertad. Eso no quiere decir que de momento el golpe no duela. Pero con el tiempo nos damos cuenta de que es cuando nos liberamos del “cristal” que en realidad nos llegamos a conocer. Así que la próxima vez que la vida te haga sentir que te estás rompiendo en mil pedazos, siéntate, respira y pide ayuda a eso que consideras tu Ser Superior. Recibirás respuestas.