Les confieso desde ya que este no iba hacer el artículo; el que era ya estaba set. Pero han sido muchos los temas y situaciones que he venido escuchando en los que  se nos habla del perdón, que han provocado traer a mi memoria un momento que viví hace par de años y siento debo compartirlo. Soy consiente que esta época siempre nos lleva a reflexionar y que es excelente para tomar decisiones y hacer cambios.

Hace años  una persona levantó falso juicio sobre mí, y fue capaz de señalarme ante otras personas. Yo podía y tenía todas las pruebas para defenderme y hasta demandar si quería.

Pero Dios puso en mi corazón que aprovechara esa oportunidad para dar testimonio de su amor y misericordia. Y así lo hice. Eso llevó a la persona a pedirme perdón delante de aquellos que me injurió. Para mí fue un momento lindo ver cómo Dios no me dejaba en vergüenza pero, sobre todo, ver la grandeza del perdón.

Ahora, lo triste fue que luego esa persona me dejó saber que su perdón y disculpa no fue real; fue para quedar bien, que no se arrepentía de lo que había hecho. Eso provocó una gran tristeza, desilusión y coraje en mi corazón.

Yo no quería volver a saber de esa persona, ni que me hablaran de ella. Sentía que no merecía nada de mí, pues ni testimonio me daba.

Hasta que Dios, una vez más, habló a mi corazón y me recordó todas las cosas que, de hecho, en estos días escucho y que celebro de entenderlas y de vivirlas.

Recordé que cuando tú perdonas en nada tiene que ver con el arrepentimiento. O sea, tú perdonas y punto. Sí, aunque la otra persona no se arrepienta de lo que hizo. Recuerda que es un regalo de gracia inmerecido.

Yo decidí perdonar, no por emoción, sino por voluntad. Sabía que a través de ese perdón que otorgué estaba liberando una carga, una cuenta. Estaba siendo libre y, a la vez, llenaba mi corazón de todo lo que es bueno, honesto, puro y amable.

Yo perdoné y te invito a ti, mujer, que sueltes, envíes lejos con el perdón la carga que te lastima. 

Que no te piden perdón o te lo piden para aparentar… no importa, perdona. No anides rencor en tu corazón, no vale la pena.

Sabes, cuando Jesús estaba en la cruz, sus enemigos no le pidieron perdón y no se arrepintieron. Pero, en cambio, él intervino y pidió al padre que los perdonara porque no sabían lo que hacían. Wao, Dios nos puede perdonar aún sin nosotros saberlo ni merecerlo.

Sabemos que no es sencillo, pero, si lo llevas a los pies de Cristo, lo lograrás.

Mañana celebra el nacimiento de nuestro Señor Jesús con un corazón sano. Permite que nazca en ti el regalo del perdón. El perdonar será el mejor regalo que le darás a nuestro Señor y a ti también. Acuérdate: “Perdónanos el mal que hemos hecho, así como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal”.  (Mateo 6:12)

¡Feliz Navidad! ¡Dios te Bendiga!