Sentados en un restaurante comiendo, las nenas le dicen a papá: “Cuando estemos casadas  y con nuestras familias queremos ser las que los invitemos y llevemos a cenar. Las que podamos decir: ‘Mamá, papá, hoy yo invito’. Queremos ser las que constantemente les invitamos a venir a nuestras casas a comer, conversar; en fin, a pasar un rato en familia”. 

Nosotros nos miramos y les preguntamos: “¿A qué viene ese comentario?”. Y la respuesta nos emocionó: “Ustedes siempre han sido detallistas con nosotras y con todo el mundo, por lo tanto se merecen eso y más, por eso y para eso también somos sus hijas... ¿Oh no?”. 

Oh, Dios.. ¡qué privilegio! Y ojalá que siempre exista ese pensamiento hermoso en sus corazones, que humildemente agradecemos.

Vivimos en unos tiempos donde, tristemente, me han escrito madres que sus hijos lo único que entienden es que sus padres están para darle todo lo que materialmente necesitan, y hasta si están casados buscan que sus padres les sigan proveyendo y resolviendo en sus situaciones económicas. Ahora, ¿qué es lo triste de esto? Sencillo, que al ver que después que le han dado de todo, que les ayudan, sus hijos no se acuerdan de ellos para invitarlos ni para celebrar una Nochebuena.

Recién una mujer me compartía que le había dicho a su hijo: “Te cambio mis deudas por las tuyas, ya que estás todo el tiempo quejándote y todo para que te resuelva”. El le respondió que no, porque eso era parte de su compromiso y responsabilidad. ¿Qué compromiso, qué responsabilidad? 

Cada persona, cuando se casa y forma su familia, tiene que entender que esa es su responsabilidad, que la tiene que asumir y es la que también lo llevará a seguir madurando. Otra cosa es que los hijos estén pasando por un proceso, situación ajena a ellos, y necesiten ayuda, pues quién mejor que los padres, si pueden hacerlo, dársela. Pero es  bien importante, que los hijos no pierdan de perspectiva que el poder contar con ellos es un privilegio, una bendición. Y qué más bendición es el que los hijos, ya como adultos, honren a sus padres procurándolos, cuidando, amando, respetando.

Muchas veces la culpa es de nosotros cuando en su momento no les enseñamos asumir responsabilidades y apreciar, agradecer lo que tienen. A valorar lo que es más importante, que en nada tiene que ver con lo material. 

Yo quiero que mis hijas me amen, no por lo que les doy, sino por quien soy. Por amar y agradar a Dios. Que me busquen porque atesoran conversar y pasar tiempo conmigo. Que siempre vean en mí el amor de Cristo. Y que con gozo cumplan el mandamiento que nuestro Señor les manda de honrar a sus padres.

Escuchaba a la pastora en estos días, y como ella misma nos preguntaba: ¿Cómo estamos influenciando a nuestros hijos? ¿Con las cosas materiales o con principios y valores? La respuesta es la que va a hacer la diferencia. 

Permita Dios que los principios y valores sean los mejores tesoros que tú siembres en tus hijos, y que ellos puedan dar verdadero testimonio de ello.

Que cada vez que ellos vengan a ti atesoren ese tiempo. 

Nosotros damos gracias a Dios por el corazón de nuestras hijas. Como yo sé que muchas de ustedes también dan gracias por los de sus hijos. Celebremos entonces que desde ya nos dejan saber que siempre nos cuidarán, nos honrarán y hasta nos agasajarán.

¡Dios les bendiga!