Es un día muy triste. De esos que te aprietan el pecho y te arropa el desánimo y el desconcierto.

Hace poco más de ocho meses mi hijo se preparaba para iniciar su carrera universitaria. En medio del proceso de encontrar compañero de cuarto contactó a un joven de origen colombiano. Su nombre, Felipe Guzmán Ayala.

De inmediato desarrollaron una química especial. Los mismos intereses, los mismos atletas y artistas favoritos, planes y aspiraciones similares, así como creencias y visión de vida.

Los padres de Felipe, Andrea y Rafael, tenían nuestras mismas inquietudes sobre el futuro universitario de su hijo y sobre quién sería su compañero de cuarto.

Mientras, Jesús Gabriel y Felipe continuaban cultivando una amistad a través de las redes sociales que fue disminuyendo todas nuestras ansiedades.

Ya para finales de agosto pudimos compartir en familia y en amistad. Yo siento un cariño muy especial por el pueblo colombiano por muchas razones y Felipe y sus padres conquistaron nuestros corazones de inmediato.

Dejamos nuestros hijos confiados en que juntos se protegerían y ayudarían el uno al otro y así fue.

Rápidamente Felipe comenzó a compartir con los panas boricuas de Jesús quienes no se cansaban de alabar su inteligencia, cortesía, respeto, cultura y madurez. Felipe pasó a ser ese consejero que ante cualquier duda, coraje, frustración o inseguridad era consultado como “el sabio” que los llevaba por el buen camino.

Jesús y Felipe jugaban baloncesto, iban a la iglesia, reían, se apoyaban y compartían como hermanos de toda la vida. Y muy pronto la buena vibra de Felipe lo convirtió en figura clave en la vida de sus amigos.

Entonces nos llegó el golpe. El pasado lunes 17, en Nueva York, en medio de una cena con Natalia, su novia y alma gemela, Felipe colapsó. Por dos horas eternas personal de emergencias médicas hizo lo imposible por hacer reaccionar su corazón.

Fue llevado a un hospital de la ciudad donde médicos expertos trabajaron incansablemente por mantenerlo con vida.

Sus padres llegaron rápidamente desde Colombia. Mientras, en medio del llanto y la tristeza Jesús y todos los amigos de Felipe se aferraban a la fe esperando un milagro confiados en que un “tipo bueno como él” tenía que vivir.

Ellos celebraban cada leve recuperación y sufrían cada recaída. Pronto las noticias serían más fuertes y difíciles, pero no perdían la esperanza.

En sus oraciones pedían con intensidad la fortaleza para los padres de Felipe, su hermano y su novia.

Fueron muchas las llamadas de nuestro hijo buscando ánimo y consuelo. En silencio sufríamos el dolor de los familiares del joven colombiano y orábamos con fuerza por ellos, Jesús y todos sus amigos.

El pasado viernes en la noche el corazón de Felipe no pudo más y su espíritu evolucionó.

La llamada nos llegó como el golpe de un rayo y el llanto de todos sus amigos era desconsolador. Les faltaba el aire. Para ellos era injusto.

Felipe, en poco tiempo dejaste una gran huella en todos nuestros corazones. No entendemos por qué tenías que irte tan pronto. Quizás era tu tiempo. Nos diste una gran lección de amor, valores, amistad y familia. Pronto te convertiste en un hijo más.

Ve en paz ángel parcero que nosotros cuidaremos de los tuyos. Gracias por ser un hermano para nuestro hijo. Ya no escribo más. No puedo...