Quien siembra truenos, cosecha tempestades
“Miles de profesionales de alto nivel abandonan nuestro País empujados por la falta de trabajo... mientras, nos traen extranjeros con remuneraciones extravagantes...”
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Dice el refrán que quien siembra truenos, cosecha tempestades. Desde la década de 1940, en Puerto Rico se estuvo estimulando la emigración de los puertorriqueños hacia Estados Unidos como solución a los múltiples problemas ocasionados por un sistema económico político fallido.
Como consecuencia, entre las décadas de 1950 y 60 emigraron del país tres cuartas partes de la población en edad productiva. En ese entonces, se construyó una narrativa coherente con el sueño americano.
Para llevar a cabo sus objetivos de estimular la emigración, el gobierno de Puerto Rico creó el Departamento de Empleo y Migración en San Juan, la División de Migración en Estados Unidos y el Programa de Empleos Agrícolas, entre otras entidades. Aunque las causas estructurales que conducen a la emigración masiva –tales como la pobreza, el exceso de población y el desempleo– son factores de empuje importantes, no puede pasarse por alto la función cumplida por los gobiernos de Estados Unidos y Puerto Rico y los Partidos Popular Democrático (PPD) y Nuevo Progresista en la puesta en acción y estímulo del proceso.
La emigración masiva fue parte de los intentos del gobierno estadounidense de poner fin a lo que entendían como un gran problema: el exceso de población que, a su juicio, conducía a la pobreza. Durante la etapa previa a la gran migración, además de la ya conocida emigración hacia Hawái, se ensayaron varias acciones que tuvieron el objetivo de desplazar población de Puerto Rico hacia diversos países latinoamericanos.
Se intentaron acuerdos con Brasil, Venezuela, Panamá, República Dominicana, Surinam y Curazao, entre otros lugares. Ninguno de estos acuerdos logró cuajarse, pero demuestran la obsesión histórica de Estados Unidos con despoblar a Puerto Rico. Por eso, lo que está ocurriendo hoy día tiene que analizarse en el contexto de esta historia.
Puerto Rico ha cumplido –y cumple– una función en la satisfacción de las necesidades de mano de obra de Estados Unidos. Hoy día vuelve a desempeñar la misma con una mano de obra de perfil diferente. Miles de profesionales de alto nivel abandonan nuestro País empujados por la falta de trabajo y oportunidades, y atraídos por los altos salarios que les ofrecen; mientras, nos traen extranjeros con remuneraciones extravagantes para realizar las tareas que muy bien podríamos hacer nosotros.
La emigración sigue siendo una válvula de escape de las presiones que traen aparejadas la pobreza y la falta de oportunidades de empleo en que vive la población.
Con el pasar de las décadas, las cosas cambiaron tanto en Estados Unidos como en Puerto Rico. La población las islas se redujo dramáticamente como consecuencia de las políticas de control natal, la emigración y otros factores socioeconómicos. Emigrar se sigue ofreciendo como la salida natural para quienes en las islas no encuentran el espacio anhelado. La ideología estadista se ha encargado de difundir la idea de que vivir en cualquier estado de Estados Unidos es como mudarse de pueblo. Los jóvenes le prestan más atención a aprender inglés que español y en las escuelas privadas, sobre todo, les estimulan a ir a estudiar a universidades estadounidenses y a hacer su vida fuera de Puerto Rico.
El resultado salta a la vista: hoy somos más viejos, la pobreza, aunque ha disminuido, sigue arropando a más del 42% de la población.
Nuestra nación parece desvanecerse y lo único que les preocupa a muchos es que no tenemos mano de obra para los restaurantes. El sueño de uno de los “muchachos del chat” de un Puerto Rico sin puertorriqueños, parece estar cumpliéndose.