Por Johanna Rosaly / actriz

Johanna Rosaly (Archivo)
Johanna Rosaly (Archivo) (GERALD.LOPEZ@GFRMEDIA.COM)

Usted se pregunta:

¿Por qué no se puede caminar por ciudad en horas de la noche, cuando la temperatura es más grata?

Y le responden:

—Es que hay maleantes en las calles que te pueden asaltar.

Su hija/hermana/novia se cuestiona:

¿Por qué una muchacha no puede salir a la calle con falda o pantaloncitos cortos, camiseta descotada o con el maquillaje al que -por su sentido de estética personal- se inclina?

Y tal vez usted misma le dice:

—Es que si te vistes o maquillas así vas a ser objeto de -como poco- comentarios soeces o insinuaciones sexuales y -como mucho- de violación.

Su madre/suegra/tía/abuela se queja:

¿Por qué una mujer madura, harta de ropa apretada, no puede salir sin “brassiere” más allá de su balcón o marquesina?

Y siempre aparece una vecina que le dice:

—Es que no llevar “brassiere”, con los pezones dejándose notar a través de la tela del vestido, denota desvergüenza y poca preocupación por el qué dirán.

Una figura pública confronta a sus críticos:

¿Por qué un padre no puede compartir fotos familiares que estima normales y llenas de inocencia?

Y -tal vez sin mala intención- muchos le responden:

—Es que puede haber por ahí quien quiera secuestrar a tu hijo, o gente enferma y depravada que va a mirarlo con ojos depredadores.

¿Qué tienen en común estas preguntas y estas respuestas?

En cada caso se trata del deseo, inclinación o necesidad de alguien de hacer algo que no lastima a nadie, que no es ilegal, y que en resumen debería poder hacer porque tiene derecho a ello. Y en cada caso tal deseo, inclinación o necesidad se ve coartado por el riesgo que supone estar a merced de quienes actuarían maliciosamente y/o criminalmente.

Es decir, que quien solo pretende vivir en paz, haciendo una vida normal sin lastimar a nadie o faltar al orden público, no puede hacerlo porque hay gente mala que domina la situación.

Tendríamos que llegar a la conclusión de que somos rehenes del crimen, del machismo salaz, del chisme de barrio, de la mirada procaz y degenerada... en fin, de la maldad devoradora de la dignidad personal, de las canalladas de quienes buscan lo malo donde no lo hay, insertando una malicia que no es sino un reflejo de su propia podredumbre moral.

Y por eso no hacemos lo que queremos y deberíamos poder hacer. Porque ellos, los malos, parece que siempre ganan.

Pero hoy nos da rabia. Hoy decimos ¡BASTA YA!