Por Ivelisse Cintrón Vázquez / sexóloga

Muy pocas veces se habla de los verdaderos efectos de la violación sexual en un ser humano. No importa la edad de la víctima al momento de los hechos, solo en escasas ocasiones se puede salir sin marcas emocionales de un evento traumático de ese tipo o, por lo menos, con herramientas para trabajar con un dolor que le perseguirá toda la vida.

La violación sexual afecta a las víctimas más allá del acto que se comete. El daño que causa a las emociones y memorias es tal, que la mayoría de las veces la persona afectada llega a bloquearlas en un vano intento de evadir el sufrimiento. En reacción, se vive en depresión y, raramente, se llega a atacar el origen del problema. Ese daño, que la mayoría de las ocasiones es causado por un familiar o alguien del entorno cercano, obliga a las víctimas a callar los hechos para evitar un escándalo. En estos casos, se tiende a proteger al violador de la cárcel, porque eso significaría un sufrimiento mayor para la familia.

Alexa Torres, la transexual asesinada ayer en la madrugada en Toa Baja, tuvo que batallar con el abuso sexual desde joven, pero también con una familia indiferente que le dio la espalda. Tan amenazada se sentía, que no soltaba nunca su espejo. Con él podía advertir cualquier ataque por la espalda. Ayer, su espejo no pudo salvarla de quienes, en un acto de odio, la asesinaron por ser diferente.

Pero lo que tenemos que dejar claro es que a Alexa no la mataron los tiros de unos delincuentes sin conciencia; la matamos todos. Lo hicimos con nuestra indiferencia. No solo su familia la abandonó, también lo hicimos nosotros como sociedad al negarle el amor, la compresión, el respeto y la libertad de vivir su orientación sexual sin prejuicios.

A Alexa no solo se le violentó su sexualidad, se le violentó su derecho a vivir dignamente.

Alexa, tu muerte me duele tanto. Me dueles porque tu historia es la prueba clara de que estamos viviendo sin valores ni empatía; porque le hemos perdido el respeto a la vida ajena. Sí, a la ajena, porque solo cuando nos tocan la nuestra es cuando salimos a reclamar. Duele porque en una Isla tan bendecida, nos hemos olvidado de bendecir. Cuesta entender cómo en un País con tantas iglesias, parecieran casi todas haber olvidado la doctrina de llevar a todo el mundo ya toda criatura el Evangelio. Pero, ¿qué podemos esperar si nos marginamos entre nosotros por simplemente ser o escoger una sexualidad que no es la que muchas iglesias establecen como sana o buena? Se nos olvida el primero de los Mandamietos de Dios: “amar al prójimo como a nosotros mismos”. Se nos olvida que no somos nadie para juzgar porque, de la misma forma, seremos juzgados.

Perdóname, Alexa, por no haber hecho mas por ti. Espero que tu historia nos haga tomar conciencia sobre cuánto una violación puede dañar a alguien; nos haga aprender a ver la depresión como la enfermedad que es y nos enseñe, de una vez, a respetar la orientación sexual.

Ahora eres libre de una sociedad sin escrúpulos que solo busca su bienestar individual.