Por Johanna Rosaly / Actriz

Era yo una niña cuando conocí el hermoso poema de Rubén Darío “Los Motivos del Lobo”. Creo que desde entonces he sentido una atípica ternura hacia ese vilipendiado animal. ¿Por qué se sigue culpando al lobo de terrible maldad, cuando este animal solo mata para comer?

Entendería que en un entorno rural europeo o asiático, cerca de bosques o estepas, la figura del lobo fuese el gran enemigo de campesinos y pastores hartos de ver mermar sus rebaños y aves de corral perdidas en las fauces del temido lobo.

Pero para nosotros, niños del siglo XX, y además habitantes de una isla tropical donde lo más parecido a la amenaza de un lobo vendría siendo una mangosta o un guaraguao que se robase un pollito, el lobo era una figura conocida solo a través de cuentos infantiles que nos enseñaban el valor del trabajo (Los Tres Cerditos), la estrategia y la colaboración (La Loba y los Cabritos), y por supuesto, la precaución contra los depredadores de menores (La Caperucita Roja).

Este último cuento fue el que vino a mi memoria al leer los testimonios que en las redes sociales publicara un nutrido número de jovencitas —algunas de ellas apenas entrando a la adolescencia— sobre los avances de hombres maduros interesados en intimidad con ellas.

Estos lobos —verdaderamente peligrosos— aprovecharon privacidad de la comunicación electrónica para acercárseles y hacerles proposiciones, obviando la supervisión de los padres. Presentándoles escenarios de lujo y glamour (desfiles de modas, yates, islas privadas...) tendieron sus trampas a modernas caperucitas.

No son estos como el lobo del poema de Rubén Darío, animal natural motivado a la matanza por el hambre y la necesidad de supervivencia. Estos son lobos taimados, motivados por una aberrada necesidad de poder: solo una niña, inocente e inmadura, deslumbrada por la opulencia y el brillo de la fama, serviría a sus necesidad de verse a sí mismo como macho alfa, sin dejar al desnudo su pusilánime inseguridad masculina.

Sus motivos, tan distintos a los del lobo natural, son mezquinos: sojuzgar a una víctima inocente para que no quede al descubierto la inferioridad propia. Casi dan pena.

Pero no. Contrario a los lobos de cuatro patas, no hay nobleza alguna en sus acciones. Su apetito salaz y su necesidad de sentirse poderosos los deja ciegos y sordos a los sentimientos y emociones de las niñas que pretenden convertir en “sugar babies”.

Sus motivos son insensibles y criminales.

“...a más de uno vi mancharse de sangre, herir, torturar, De las roncas trompas al sordo clamor, a los animales de Nuestro Señor.

¡Y no era por hambre, que iban a cazar!”

(Los Motivos del Lobo”, Rubén Darío, Nicaragua, 1867-1916)