Lo que aprendí del amigo japonés
La actriz Johanna Rosaly comparte todo lo positivo que ha descubierto a través de su afición por el juego de sudoku.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 4 años.
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Por Johanna Rosaly / Actriz
Amante desde siempre de las palabras y el idioma, antes hacía crucigramas. Pero con el paso de los años comprendí que necesitaba un ejercicio mental que fuera más allá de conocimientos y memoria ya adquiridos, y me obligara a pensar, a establecer lazos de lógica.
Fue por eso que desde hace algún tiempo me he hecho aficionada al Sudoku, en japonés: 数独, sūdoku). Según una versión, el juego fue creado en Nueva York (EE.UU.) a finales de los años ‘70. Entonces se llamaba simplemente “Number Place” (El lugar de los números), siendo publicado en la revista Math Puzzles and Logic Problems (Rompecabezas matemáticos y problemas lógicos) de la empresa especializada en rompecabezas Dell. Se popularizó -y recibió el nombre de “SuDoKu”- en Japón en los ‘80, dándose a conocer internacionalmente a principios del siglo 21 con su publicación como pasatiempo en muchos periódicos del mundo. Yo lo practico -no tanto como pasatiempo, porque en la vejez no queremos que el tiempo pase- sino como ejercicio mental desde hace siete años.
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La idea del sudoku es rellenar con las cifras del 1 al 9 una cuadrícula de 9 × 9 celdas (81 casillas) dividida en subcuadrículas de 3 × 3 partiendo de algunos números ya dispuestos en algunas de las celdas. La complicación radica en que los números no se deben repetir en una misma fila, columna o subcuadrícula. Un sudoku está bien planteado si la solución es única, algo que un importante matemático demostró que no es posible si no hay un mínimo de 17 cifras de pista al principio.
Aparte del factor “pasatiempo” tiene otros méritos el juego de marras. Es inevitable sentir gran satisfacción cuando se logra un sudoku, pero con el tiempo he descubierto que me ha llevado a aprender y asumir actitudes importantes para la paz personal y mi forma dd ver la vida y el mundo. Entre otras cosas, con el juego japonés he aprendido a:
SOLTAR
Muchas veces no tengo la respuesta de qué número es el que va en una cuadrícula. Y luego de darle pensamiento, tratando de razonar por lógica, observando lo que ya tengo, simplemente no veo la solución. Ahí es que viene útil dejar el juego a un lado por un rato, distraerme con otra cosa. Y, sorprendentemente, cuando retomo el juego veo con claridad lo que antes me estaba oculto.
PACIENCIA
No hago el sudoku con prisa, ni me impongo retos de tiempo. En esta etapa de mi vida el tiempo -el que me quede- es mío. Pero no solo ejerzo paciencia para encontrar los números que van en cada cuadrito, sino que la ejerzo conmigo misma, perdonándome errores, disparates y equivocaciones. Si no logro hacerlo, ¡no pasa nada! Lo tacho o hago una bola con el papel, y a otra cosa, mariposa.
TACHAR
¿Cuántas veces en mi vida me he resistido a tachar algo o alguien por temor a ofender, a lucir mal ante los demás por haberme equivocado, a asumir un error ante mis propios ojos, a volver a empezar, a reconocer que algo o alguien no funcionó (para mí)? El sudoku me ha enseñado que puedo tachar, corregir, borrar. Que si me equivoco, vuelvo a intentarlo. Si quiero. Y esa es la parte más importante: si quiero. Es mi voluntad y deseo lo que se impone. Si quiero, tacho, borro y sigo. O no.
DESCARTAR
En sudoku se analizan las posibilidades y se descarta lo que es imposible: si ya hay un 4 en una columna, hay que descartar otro 4 en la misma columna, aunque nos haga falta para completar una cuadrícula. Forzosamente, ese 4 debe ir en otro lugar. Aceptar que algo no sirve y debe ser ubicado en otro lugar, quizás para ser útil de otra manera es un ejercicio de flexibilidad que se puede aplicar hasta en nuestras relaciones personales.
ÁNGULOS
Mirar una y otra vez los problemas de sudoku desde sus ángulos verticales y horizontales ha sido de gran lección para quien se abruma con las mapas y las instrucciones para montar las compras de Ikea. Con los sudoku he aprendido que hay que MIRAR, mirar bien, observar, recordar, calcular... en todo en la vida.
INSTINTO
Y finalmente, en sudoku también funciona el instinto. Pero no se trata de ese instinto caprichoso de proponer lo primero que nos viene a la mente, sino el instinto basado en la experiencia, el que se ha ido cultivando a base de muchas equivocaciones y aciertos. Cuando la lógica, el análisis y el estudio profundo de los números ya colocados y los que faltan no me proporciona alternativas, entra en juego el instinto. Y funciona. Muchas veces.
En estos tiempos de soledumbre, cuando es mínimo el diálogo y la conversación ha dado paso al soliloquio, he encontrado que el Sudoku, mi amigo japonés, no solo me entretiene, me ayuda a ejercitar mis neuronas, me acompaña, sino también me da lecciones de vida.
¡Gracias, Sudoku!
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Columnista invitado
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