Según los datos oficiales publicados por los Centros para el Control y Tratamiento de Enfermedades (CDC, en inglés), una mayoría de las personas hábiles para vacunarse contra el COVID-19 lo han hecho. Sin embargo, otra gran parte de la población hábil ha rehusado vacunarse, razón por la cual ha aumentado vertiginosamente el número de personas fallecidas, muchos hospitales ya no tienen espacios disponibles en sus unidades de cuidado intensivo, y se ha catalogado a Puerto Rico como uno de los países con los niveles más altos de contagio en el mundo.

Ahora, para colmo de males, además de que los no vacunados han saturado el sistema de salud, el Gobierno ordenó cancelar los procedimientos médicos electivos con el fin de reservar las camas en las unidades de cuidado intensivo para los pacientes de COVID-19, quienes en su inmensa mayoría no están vacunados.

Jaime E. Picó, abogado
Jaime E. Picó, abogado (Suministrada)

La carga de esta pandemia recae ahora, precisamente, sobre los hombros de los no vacunados. Sobre aquellos que son elegibles para vacunarse, pero eligen no hacerlo. El aumento de las infecciones causadas por la variante Delta, que es altamente contagiosa, ha dejado patentemente claro que los no vacunados representan un riesgo tanto para los demás como para sí mismos. Por tanto, detener la propagación del coronavirus exige no solo vacunar al mayor número de personas, sino también requiere una potente contraofensiva contra los movimientos antivacunas.

De hecho, el desafío que tenemos como País en estos momentos no está en la distribución o en la disponibilidad de la vacuna, sino en vacunar a esa parte de nuestra población que rechaza inocularse.

En Puerto Rico, a diferencia de otros países, el movimiento antivacunas no tiene un brazo político. Aunque algunos políticos locales poco conocidos han intentado ganar relevancia con este asunto, han fracasado abismalmente. Agraciadamente, aquí la vacunación no es una cuestión política y no debe serlo. Donde los movimientos antivacunas proliferan es, mayormente, en las redes sociales en las cuales existe un agresivo proselitismo en contra del pinchazo.

Muchos se defienden declarando que “la vacunación es una decisión personal”. Pero entender qué motiva a algunas personas a no vacunarse es menos importante que entender cuánto daño están haciendo. Tal vez nunca antes en nuestra historia la decisión personal de alguien ha afectado a los demás como lo hace ahora. Cuando cientos de personas siguen muriendo todos los meses, cuando los miembros más vulnerables de la sociedad, nuestros niños menores de 12 años no pueden ser vacunados, el lujo de elegir no debería ser opción.

Hay algo que debe quedar meridianamente claro: vacunarse no es una “opción personal”. Cuando alguien rechaza la vacuna, aumenta el riesgo de los demás de contagiarse. En realidad, la minoría que no se quiere vacunar está privando a los demás de su vida, libertad y de la búsqueda de la felicidad.

La razón de que sigamos viviendo con temor a contagiarnos, con muchos hospitales llenos a capacidad y que no hallamos regresados a la normalidad es que no hay suficientes vacunados. Por eso es que el COVID-19 se ha convertido en una pandemia de los no vacunados.