Por Johanna Rosaly / Actriz

Recientemente un comunicador de este diario, utilizando la red social de Tuiter, informó sobre el cumpleaños del actual Presidente de EE.UU., invitando a los seguidores de la cuenta a celebrarlo y felicitarlo. Quedé sorprendida al leerlo. La persona que ocupa ese prestigioso puesto desde hace tres años y medio es notoria por sus posturas misóginas, machistas, racistas, xenófobas, anti-científicas, anti-ecológicas e irrespetuosas. Encima, han resultado particularmente ofensivas en nuestra patria sus expresiones y acciones despreciativas hacia los puertorriqueños.

¿Cuál fue la motivación para publicar el tuit? ¿Qué intención tenía quien lo redactó? Motivación... Intención... Los actores elaboramos nuestros personajes sobre una base de motivaciones e intenciones. Motivaciones: ¿qué le ha sucedido al personaje que motive su forma de ser o actuar? Intenciones: ¿qué quiere comunicar o hacer este personaje? Desde el arco de toda su existencia, hasta eventos de mayor o menor duración, llegando al mínimo de una simple palabra, ademán, gesticulación o expresión facial, se ausculta el personaje para que todo cumpla con el requisito de motivación e intención.

Mi formación académica es en análisis literario, y mi profesión durante sesenta y dos años ha sido la actuación. El análisis literario estudia el significado, etimología y connotación de cada palabra, la sintaxis empleada, la estructura y todos las demás aspectos del texto, en su funciones de comunicación y estética. En los textos teatrales los actores hurgamos en los signos de puntuación, las pausas marcadas con puntos suspensivos, las aclaraciones señaladas con guiones o paréntesis, y en ocasiones el uso de bastardillas o mayúsculas para indicar tono o énfasis. Así entendemos qué es lo que se quiere decir, y procedemos a interpretarlo sobre el escenario o ante las cámaras con inflexiones de voz, ritmo, tono, volumen, gesticulación y expresión facial y/o corporal.

En los textos cibernéticos todos hemos aprendido a utilizar y dejarnos llevar por los emoticonos, que de alguna forma dan indicio a las intenciones de quien escribe. Pero el controvertido tuit no tenía nada de eso. Leerlo no brindaba otra intención que lo que las palabras escritas informaban. No había forma de entenderlo que no fuese lo que exacta y llanamente decían sus palabras. Por eso, tras leerlo sentí que no podía seguir colaborando con mis columnas a un medio que tan festinadamente celebraba al actual Presidente de EE.UU., y conminaba a otros a hacerlo. Con respeto, pero con firmeza, comuniqué en la misma red social citando el tuit de marras que no continuaría siendo su columnista. Acto seguido recibí una llamada del diario para explicarme que la intención del tuit había sido el provocar comentarios de todo tipo entre los lectores. Se me aseguró que nunca sospecharon la indignación que provocaría, y que procederían a retirarlo y aclararlo, disculpándose con aquellos que se sintieron ofendidos. Ambas promesas fueron cumplidas.

De todo se aprende en esta vida, y estoy segura de que quien redactó el tuit en el futuro buscará la forma de señalar -con signos ortográficos, tipografía o hasta emoticonos- cuándo sus palabras deben ser leídas como sarcasmo, ironía, humor, burla, angustia, júbilo, suspicacia, tedio, rencor, envidia, piedad, asertividad, duda, agresividad, temor, ambivalencia o cualquier otra emoción. Porque de lo contrario, las palabras no implican emociones. Solo dicen una cosa: exactamente lo que está en blanco y negro.

Johanna Rosaly
Johanna Rosaly (Suministrada)