Ya sea por el sentido de competencia, por el desarrollo de la habilidad de negociación e, incluso, para entender la complejidad del proceso que conlleva la aceptación, el juego tiene un rol fundamental en todas las etapas de nuestras vidas.

Es esta actividad el “chip” que nos da nuestra genética y que, de manera instintiva, nos permite tener esas primeras experiencias con el mundo que nos rodea. No tiene otra función que no sea permitirnos avanzar en nuestro recorrido por la vida a través de los beneficios que nos aporta, que a su vez, redundan en un mejor funcionamiento para alargar nuestros pasos por la Tierra.

Nuestra torre de control (nuestro cerebro) tiene 3 funciones principales: 1. Mantenernos vivos (este órgano trabajará todo el tiempo por nuestra supervivencia). 2. Aprender (el aprendizaje representa la forma de adaptarnos a nuestras realidades y lograr un mejor estado para mantener la estabilidad necesaria para nuestra supervivencia). 3. La felicidad (está comprobado que todo nuestro sistema funciona mejor mientras estamos felices. Es decir, que estar felices nos pone en una mejor posición para lograr un mejor aprendizaje que nos ayude con la misión de la supervivencia).

Y, entonces, es así como llegamos al papel fundamental del juego: la primera y de las mejores herramientas para lograr la felicidad y el aprendizaje.

Por naturaleza en los primeros meses de vida, el juego nos invita a sonreír, a movernos y disfrutar del ambiente. Sin embargo, con el tiempo esta actividad evoluciona para llevarnos al desarrollo de muchas destrezas motoras y cognitivas. Es en este momento donde el juego nos enseña que la vida no es solo ganar y reír; que también es perder y llorar.

Ahora bien, ese instinto de aprender, de avanzar no impide que l@s niñ@s queden segados por el orgullo de una derrota y se levantan a seguir buscando oportunidades. La pregunta es: ¿hasta cuándo creamos ambientes que ayuden a nuestr@s niñ@s a razonar que la vida entera es aprender; es ganar y perder?

Queremos que ganen siempre, pero si pierden, la idea es llevarlos a aprender de la derrota. Claro, una vez entramos al mundo del deporte y el juego deja de ser meramente una diversión, nos enfrentamos al reto de echar a un lado o ignorar la enseñanza de perder.

Es en este punto donde administrativos, entrenadores y padres solo piensan en ganar. Ganar partidos y torneos es bueno. De hecho, es para lo que se compite, pero la esencia de esa competencia, “es el aprendizaje”. Si tienes 100 niñ@s y solo 10 ganan el torneo, tienes 100 niñ@s aprendiendo a manejar sus habilidades y emociones para enfrentarse a la vida. De hecho, es de gran responsabilidad para todos los que rodean el proceso crear el mejor escenario de aprendizaje para todos.

Entonces, surgen grandes preguntas que debemos hacernos: ¿Estamos jugando?, ¿qué habilidades motrices y cognitivas he desarrollado? Nuestra sociedad necesita más actividad física, más movimiento, más integración con nuestros pares. Hay que volver a nuestras raíces cuando el juego era la principal fuente de felicidad y aprendizaje. Más aún, cuando la actividad nos ayudaba a entrenar nuestro cuerpo y nuestra mente para subsistir.

Necesitamos más oportunidades para que nuestros niñ@s desarrollen sus capacidades motrices y cognitivas a través de juegos y del deporte.

Debemos unirnos las familias, las diferentes organizaciones y el Gobierno para trabajar el desarrollo del cuerpo y la mente como una unidad. Como bien dijo el filósofo y escritor francés Michel De Montaigne: “no es suficiente fortalecer el alma del estudiante, también debemos fortalecer sus músculos. No es la mente, ni tampoco el cuerpo lo que estamos entrenando, es al hombre y -como tal- no lo debemos dividir en dos partes. La mente y el cuerpo deben actuar como una unidad, como dos caballos tirando del coche. En última instancia, el fortalecimiento del cuerpo es equivalente al fortalecimiento de la mente”.

Y es ahí donde estriba el primer reto, que empieza por nosotros mismos. Es por esto que te invito a jugar, porque si tu cuerpo y tu mente están en un funcionamiento óptimo, nuestra sociedad también lo estará.

El autor ostenta una maestría en Neurociencia Educativa. Es profesor de Educación Física y Director deportivo de Special Olympics Puerto Rico (SOPR).