El eco imborrable de una violencia múltiple: sexto feminicidio y sobrevivientes de la violencia vicaria
“A menudo pensamos en el feminicidio como un crimen individual, pero cada caso carga con un entramado social y emocional profundamente arraigado”.

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“Puerto Rico volvió a estremecerse esta madrugada. Una mujer fue asesinada en su hogar, mientras seis menores estaban presentes. Fue su hija —testigo del horror y con el alma rota quien alertó a la policía”. Este hecho no solo representa otro feminicidio que enluta al país; es también una manifestación cruda de la violencia vicaria, esa que se dirige hacia los hijos como forma de castigar, dominar o perpetuar el control sobre una mujer.
A menudo pensamos en el feminicidio como un crimen individual, pero cada caso carga con un entramado social y emocional profundamente arraigado. La conducta del agresor, lejos de ser un simple acto de rabia, se gesta y se justifica —implícita o explícitamente— en una cultura que ha normalizado el poder sobre los cuerpos y las decisiones de las mujeres. Pero, esa misma cultura también moldea el miedo. Las mujeres viven atrapadas en relaciones violentas no por elección, sino por el terror que les paraliza, ese que se instala con la experiencia traumática y la amenaza constante.
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Este fenómeno no ocurre en un vacío. La intersección con el deterioro de la salud mental —no atendido, silenciado o minimizado— añade un nivel de caos que intensifica el riesgo. Es urgente entender que no se trata solo de “disputas de pareja”. Estamos ante una crisis estructural, donde lo cultural y lo psicológico convergen para dar paso a la tragedia.
Pero hoy, más allá del feminicidio, quiero centrar la mirada en quienes quedaron vivos… aunque marcados para siempre. Seis menores estaban presentes al momento del crimen. Esa escena será imborrable. La hija que llamó a la policía lo hizo desde el dolor, desde el pánico, desde una infancia que ya no será la misma.
Lo ocurrido es una forma extrema de violencia contra la niñez. La violencia vicaria —esa que utilizan algunos agresores y agresoras para herir a través del sufrimiento de los hijos— deja huellas indelebles. No basta con ofrecer servicios de protección. Estos niños y niñas necesitan intervención psicológica especializada, acompañamiento constante y espacios seguros donde puedan sanar, validar su experiencia y reconstruirse. Sin embargo, esto solo podrá apoyarlos a vivir con este dolor.
Amanecimos con una tragedia múltiple. Es una niña levantando el teléfono para denunciar la muerte de su madre. Es una generación creciendo con la carga del trauma. Es una sociedad que no puede mirar hacia otro lado.
Esta tragedia debe movilizar con urgencia a una inversión real en prevención, en salud mental, en justicia sensible a la niñez. ¿Qué debemos hacer como país? Si en algo muchos profesionales coincidimos con nuestra gobernadora, honorable Jenniffer González, es la urgencia de comenzar con un currículo educativo para interceder socialmente con este fenómeno. No obstante, como expertos resaltamos que no es un currículo basado en la modificación de conducta, es un currículo que atienda el factor principal, la cultura del machismo que reproduce el poder y el control hacia las mujeres y sus hijos sobrevivientes