Ramón Ortiz del Rivero y su eterno “Diplo”
El comediante era un hombre sensible preocupado por llevar aliento a los más necesitados fuera con su trabajo, o con su nobleza.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 7 años.
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Nació en el pueblo de Naguabo y fue bautizado como Arturo Ramón Máximo Ortiz del Rivero. Es en el 1917 que su familia se traslada a la capital donde el joven Ramón comienza a estar en contacto con un mundo totalmente nuevo. Además de sus estudios regulares, aprende música y a tocar piano, guitarra y mandolina. Y más adelante, aunque su padre lo envía a Canadá a estudiar leyes, regresa convertido en un pelotero profesional. Hasta jugó con los Senadores de San Juan. Estuvo casado tres veces y para poder mantenerse económicamente se fue a laborar como maestro de educación física al pueblo de Cayey.
Como dicen que las casualidades no existen, es en Cayey que conoce a José Luis Torregrosa y este lo invita a participar en la obra El proceso de Armando Líos. Esta experiencia lo conquista y decide dedicarse a trabajar en comedia. Para esa época estaba de moda el personaje de Leopoldo Fernández que pintado de negro al estilo del bufo cubano conquistaba risas y aplausos. A Ramón le gustó la idea de crear un personaje pintado de negro. Cuando su vida se perfilaba como un hombre que hacía reír, su padre que no veía con buenos ojos tener un “cómico” en la familia, ya que tenía un hijo sacerdote, le pide que se cambie el nombre. Así quedó para efectos de la farándula el nombre Ramón Rivero para acompañar a este simpático histrión.
En una época en que los libretos exitosos de Cuba se compraban para producirlos localmente, no tardó en nacer “Diplo” vestido como uno de esos personajes que vemos en las plazas de cada ciudad y que Ramón vio por las calles de San Juan con el nombre de “Diplomacia”. Junto a Torregrosa fundaron la compañía La Farándula Bohemia, y comenzaron a ganar reconocimiento y fama en los teatros y la radio boricua. Los embajadores del buen humor, La vida en broma y El tremendo hotel son los nombres de programas que hicieron a Ramón Rivero y su personaje “Diplo” el actor más famoso de la radio en la década del cuarenta y principio de los cincuenta.
Pero Ramón Rivero era mucho más que un comediante. Era un hombre sensible preocupado por llevar aliento a los más necesitados fuera con su trabajo o con su nobleza. Organizó el primer radio maratón a beneficio de la Liga Puertorriqueña contra el Cáncer. Realizó la primera caminata de San Juan a Ponce para recaudar fondos para ayudar a la liga con los gastos de pacientes. Con Myrta Silva fueron a entretener las tropas de soldados que luchaban en la Segunda Guerra Mundial.
En 1954 con la llegada de la televisión, el icono radial produciría el primer programa cómico musical del país. Así nació La Taberna India en donde el pueblo pudo poner rostro a aquellas ocurrencias de “Calderon”, el negrito de El tremendo hotel.
Aunque era una práctica común que actores blancos se pintaran para hacer personajes negros, Diplo también rompió con esa práctica de exclusión, trayendo a su elenco figuras como Juan Boria, Rita Delgado y Dixon, permitiendo de esta forma que talentos de la raza negra tuvieran su espacio en la televisión boricua. Cuando tuvo desacuerdos con la firma que auspiciaba su programa, se muda de canal y forma La Farándula Corona. Participó en el primer largometraje de la Divedco, Los Peloteros y en Cuba participó en Una gallega en La Habana junto a Nini Marshall, famosa actriz argentina. Como muestra de su humildad como persona, les cuento que cuando vio el libreto de la película, estaba redactado para que solo brillara su personaje. Diplo pidió hacer cambios en el libreto puesto que la estrella tenía que ser Niní Marshall. Y así se hizo.
Otra historia me la contó don Gilberto Concepción Suárez. Sucede que su padre Gilberto Concepción de Gracia y Ramón asistían religiosamente a la misma barbería. Un día el comediante se acababa de comprar un auto de lujo último modelo. Frente a la barbería un hombre que por allí pasaba se cae y se accidenta gravemente. Sin ningún reparo y con toda la sangre que el individuo derramaba, don Gilberto y Ramón lo subieron al auto y lo llevaron al hospital. Así era Moncho, como le decían sus amigos.
A ese hombre que nos dejó canciones como Ole don Pepito, Donde quiera que tú vayas y ¿Por qué será?, al que sus más de 3000 libretos hicieron reír cada día a su pueblo, por su generosidad, por la alegría y por la nostalgia de su partida a sólo dos años de haberse iniciado la televisión, mi columna y recuerdo son para él.