Durante cuarenta años ha sido nuestra. Blanca Rosa Gil, la exquisita cancionera cubana que con su voz, su imponente presencia escénica y su peculiar estilo de interpretación ha cautivado a público internacional, es sin lugar a dudas uno de esos regalos maravillosos que Cuba le ha dado al mundo.  

Cuando en el 1959 salió la grabación con el tema Sombras se catapultó a la fama de inmediato. La llamaron “La muñequita que canta”, y no era para menos. De menuda figura, de un impecable vestuario y de una voz armoniosa pero potente e intensa, Blanca Rosa toma en su garganta cada melodía para devolverla en sentimiento, pasión y entrega.  Durante la década de los sesenta y setenta fue la artista femenina de mayor venta internacional. Su buen gusto para escoger el repertorio y su maravilloso estilo de interpretación la hicieron ganarse el corazón de los amantes de la canción romántica. Fue estrella en Cuba, y lo mismo sucede en cada escenario que se presenta.  Cuando surcó el espacio con canciones como Cristal y Hambre la querida Blanca Rosa se convirtió en la dueña y señora del bolero.

Puerto Rico fue definitivamente uno de esos lugares donde floreció su talento natural.    Es que ella siempre ha devuelto en amor a esta tierra cada nota y melodía que le han aplaudido. En un momento dado, Blanca Rosa se convirtió en la voz de la mujer a través de sus canciones. Con dramático acento, pero siempre con buen gusto, realizaba ataques frontales a la conducta masculina y nos hizo viajar por canciones como Besos brujos, Besos de fuego, Tú no eres hombre, Yo soy la buena, Mal hombre, Qué has hecho de mí, Me queda la experiencia, y dejó en voz melodías inolvidables como Por amor, Homenaje a Rafael Hernández,  Tú me hiciste mujer y por supuesto el emblemático tema Hambre, que se convirtió en el canto de batalla de una mujer enamorada. 

Pero Blanca Rosa siempre ha sido especial. Habiendo nacido en Cuba, y desde los cinco años ser “el alma de las fiestas familiares”, es en Venezuela donde debuta como artista infantil en un programa llamado Humo y fantasía.  Esto sucedió pues una familia ligada a los medios y de evidentes recursos económicos la había llevado a la ciudad de Bolívar en donde crecía y comenzaba a manifestar  su talento natural. 

Quien la escuchaba interpretar se sorprendía de esta talentosa niña que increíblemente a los 18 años fue contratada para cantar en su Cuba natal. Allí se hizo famosa, compartió con los más grandes y comenzaron los viajes y el reconocimiento en grande.  Vivió en Venezuela, México, Miami y finalmente hizo de Borinquen su residencia permanente.  Aquí se casó con Antonio Figueroa Carillo, y ha logrado una relación sólida, estable y respetuosa entre dos seres que se aman profundamente. 

Cuando estaba en lo máximo de su carrera y le sonreía fama y fortuna, un llamado espiritual más fuerte que su propia pasión por la música, la alejó de los escenarios seculares dejando, tal vez, un poco huérfanos a los corazones que usaban sus melodías como escudo y protección. Se dedicó a cultivar su espíritu, a crecer como cristiana y a vivir una vida sin lujos, sin pretensiones y sin falsos motivos para ser feliz.  Nunca dejó de cantar y era Dios el mensaje central de su voz y su música. Afortunadamente para su público, y sin otro interés que seguir compartiendo el regalo que Dios había puesto en su garganta. Dieciocho años luego de la ausencia, regresó a los escenarios entrando el siglo XXI.  Siempre acompañando sus canciones de entonces, con un mensaje cristiano que reflejaba su inquebrantable fe y convicción. 

Blanca Rosa Gil fue, es y será una de las mejores intérpretes de la canción. Al escucharla hoy día, el tiempo se detiene y retoma el espacio que le pertenece. Es un hermoso ser humano lleno de bondad y talento; aquella muñequita que cantaba sigue siendo la voz y espejo de las emociones. Siempre con fuerza, pero con buen gusto. Me honra conocerla y haber compartido escena con una de las más grandes de todos los tiempos. No importa donde nació, para mí siempre será   nuestra.