No sé ustedes, pero siento que el 2020 duró una eternidad. No cabe duda que ha sido un año lleno de “oportunidades sagradas”. Así me gusta llamarle a los retos que nos presenta la vida ya que, sin buscarlo, estas situaciones nos obligan a mirarnos a nosotros mismos y crecer.

Muchas de esas experiencias lograron que nos detuviéramos a apreciar las bendiciones que teníamos y no sabíamos. Aprendimos a valorar la salud, los abrazos, las cenas en familia, las reuniones con amigos, nuestros trabajos y los momentos que nos traen verdadera felicidad.

Aprendimos a valorar la labor de los maestros, científicos, médicos, enfermeras, epidemiólogos, sismólogos, meteorólogos, bomberos y a todos aquellos que durante los eventos “jumanjísticos” de este año fueron nuestros héroes y soporte.

A la gran mayoría, el año por terminar nos sacudió fuerte emocionalmente y nos obligó a reinventarnos. Muchos descubrimos potenciales fortalezas y hasta talentos ocultos que ayudaron a mantenernos a flote mental, física y económicamente. Admito que han sido muchos los momentos donde la ansiedad se apodera de mí ante un presente que parece apocalíptico y un futuro incierto. El no poder viajar a Puerto Rico, donde está mi familia, lo hace aún más duro. Pero hay algo poderoso que me ayuda a salir a flote y que muchos creo que se pueden identificar: la fe y esperanza.

De lo que ha pasado en el 2020 ya no tenemos control. Nos toca aceptar y soltar con la fe de que todo va a mejorar en algún momento. Cambiar las circunstancias que nos rodean a veces solo requiere de un cambio de actitud. Todos deseamos un mejor 2021, pero todo cambio comienza por uno.

Aprovechemos estos últimos días del año para reconectar con nuestra esencia, con los valores que son verdaderamente importantes para nuestra felicidad. Conectar, sentir y aceptar el dolor, las pérdidas, los cambios inesperados y todo lo que nos ha tocado vivir para entonces poder dejarlos ir.

Propongo soltar el 2020 y recibir el 2021 con esperanza. ¿Qué otra opción tenemos? Enfoquemos toda nuestra energía y pidamos que el amor de Dios guíe nuestros pensamientos, palabras y acciones. Pongamos toda nuestra fe en que tendremos un mundo con más empatía y menos juicio; más perdón y menos rencor; más comprensión y menos juicios; más aceptación y menos rechazo; más risas y menos discusiones; más memorias creadas en la vida real y menos en la fantasía de las redes ego-sociales.

Propongo soltar el 2020, pero nunca olvidarlo. Si lo olvidamos, sin duda, regresaremos a lo mismo, a vivir en automático valorando cosas superficiales y no reales. Que la vacuna borre el virus, pero no la memoria de lo vivido.

Karla Monroig, columnista invitada de Primera Hora.  Crédito de foto: Héctor Torres Photography
Karla Monroig, columnista invitada de Primera Hora. Crédito de foto: Héctor Torres Photography (Suministrada)